El Papa Francisco dijo el 12 de mayo de 2016 que “a menudo encontraba monjas haciendo trabajo de servidumbre y no de servicio”, por lo que exhortó a las religiosas a “tener el coraje de decir que no” cuando los superiores pedían trabajo que más era servidumbre que servicio. “Las hermanas deberían estar en las calles, en las escuelas, con los enfermos y los pobres en vez de estar haciendo mandados de un cura de parroquia”. Lo dijo cuando habló de hacer diáconos de religiosas a tiempo de referirse a las múltiples labores que las monjas de la Iglesia Católica han cumplido históricamente… y siguen cumpliendo en 2018, obedeciendo ordenanzas o instrucciones de sacerdotes y otros religiosos que en nombre del Más Allá y los votos de compromiso de ellas todavía no vacilan en encomendar tareas, que ellos prefieren esquivar, a religiosas católicas que por fe, esperanza y/o caridad obedecen consuetudinariamente recibiendo en retorno poca o ninguna compensación o reconocimiento.
Según Elisabetta Povoledo, en reciente artículo del NYT, una Sor María habló de monjas que hoy trabajaban muchas horas cocinando y limpiando comedores de cardenales y obispos sin ni siquiera ser insinuadas de compartir la mesa con ellas. Sor Paola dijo que muchas religiosas todavía no tenían contratos de trabajo con obispos, escuelas, parroquias y congregaciones donde laboraban y de las que “recibían poca o ninguna compensación.” Sor Cecilia se refirió a que “las monjas son vistas como voluntarias que obedecen al llamado cuando se las necesita lo que se presta al abuso constante”.
Estas versiones -de monjas que recurrieron a seudónimos para poder hablar- aparecieron, según Povoledo, el jueves 28 de febrero de 2018 en un artículo de la periodista francesa Marie-Lucile Kubacki publicado en el número de marzo de Women Church World (las mujeres en el mundo de la Iglesia) que sale junto al periódico del Vaticano L’Osservatore Romano. Lo de Kubacki versa sobre las monjas explotadas hoy por los líderes e instituciones de la Iglesia Católica Romana. Esas versiones denotan la angustia de muchas monjas relacionada con las injustas condiciones económicas y sociales en las que todavía viven en medio de presiones sicológicas y espirituales. “Ante los ojos de Jesús todos somos hijos de Dios”, dice Sor María, “pero en la vida diaria algunas monjas no viven así por lo que enfrentan incomodidad y confusión.”
La socióloga Paola Lattanzi en la misma revista señala que algunas parroquias en Italia habían comenzado a invitar a mujeres a hablar durante la misa. Subrayó que “los sacerdotes han comenzado a comprender que el asunto no puede seguir siendo ignorado”. También se cita a Sor Cecilia diciendo que ya no se calla: “hoy cuando soy invitada a dar una conferencia ya no vacilo en decir que quiero que se me pague… y cuánto; se trata de la sobrevivencia de nuestras comunidades…”, porque ella y sus hermanas viven de estos ingresos.
Por otro lado el artículo cita a la intelectual feminista Lucetta Scaraffia diciendo que “el cambio es difícil… muchos prelados no quieren saber de estas cosas porque es más fácil contar con monjas que continúen ejerciendo servidumbre. La brega viene desde la época del Papa Benedicto XVI”. Otra verdad es que, históricamente, la vocación de hombres al sacerdocio ha sido siempre ponderada y valorada; en cambio la vocación de mujeres al servicio de monjas ha sido infravalorado en forma injusta y desde luego equivocada.
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