Aún están frescas en mi memoria las conversaciones de hace un par de décadas, con un psicólogo clínico amigo, cuando al tocar la violencia de género llegamos a establecer que la misma, lastimosamente, empieza en el propio seno hogareño y se irradia en las relaciones, fuera de ella, entre un hombre y una mujer. Y se hace menester rescatar algo de esas reflexiones que, casi con seguridad, no dejarán de llamar la atención y de una u otra manera servirán para tratar de frenar las crecientes actitudes u ola de atentados contra el denominado sexo débil y, lo que es peor, contra la niñez femenina.
Pues, bien, resultó ser cierto que para contrarrestar la violencia machista, ya quizás desquiciada inclusive, no sólo se trataba de hacerlo con leyes, como alguna vez hice hincapié cuando con bombos y platillos, hace años, desde las altas esferas presentaron la “Ley contra el feminicidio”, alegando entonces las autoridades y sus impulsores que “con la misma nunca más se iba a registrar en el país un solo caso de feminicidio”. Dije entonces que no todo se trataba de leyes, sino de impartir una profunda educación al respecto, si se quiere desde el jardín de niños, pasando por la escuela y el colegio, ya que de otro modo esa violencia continuaría causando zozobra y drama en las familias y la sociedad, por cuanto desde la casa comienza la discriminación y el maltrato a las mujeres. Cuando sólo a ellas les están reservadas las tareas hogareñas, como lavar la ropa, asear el inmueble, cocinar, cuidar a los pequeños y “grandes”, botar los desperdicios, cocer, zurcir y, en fin, se dice, todo lo que “nada más es cosa de mujeres”.
Se sabe que en las áreas rurales únicamente podía ir a la escuela el varón y la mujer sólo debía “cocinar, lavar ropa, y pastear a las ovejas”. Quizá ese panorama cambió en estas últimas épocas, empero no deja de ser una realidad.
Por su parte el amigo psicólogo mantenía su teoría en sentido de que en todas las relaciones entre hombres y mujeres, si el varón, por cualquier motivo baladí, daba una bofetada a la fémina, ésta debía romper de inmediato la relación para nunca más volver a tenerla. De no hacerlo así, luego serían dos, tres o más bofetones, golpes y posteriores palizas. “No se debe aceptar eso de ‘perdóname mi amor, nunca más, te lo prometo, lo juro por Dios’, porque volverá a hacerlo”.
No sé si era extremista dicho profesional, pero con el paso del tiempo se llega al convencimiento de que sucede de esa manera. De ahí que no todo tiene que ser promesas, o leyes, para frenar y controlar esa especie de animadversión, u odio escondido, contra la mujer, sino de cánones educativos profundos. Y ello se lo tendría que hacer quizás implantando una materia en todos los niveles educativos, como cuando, por ejemplo, teníamos “Educación Cívica y Moral”, dictada con base en el libro de don Alipio Valencia Vega. No está demás decir que no todo se trata de leyes, que existen por centenares “para todo, contra todo y todos”, pues pese a ello continúan las tropelías y transgresiones a las mismas, y se da el caso que desde que se implantó la ley contra el feminicidio, un 9 de marzo de 2013, la violencia enfermiza contra las mujeres bolivianas pareciera que se ha multiplicado. Puede tratarse de una errada impresión, aunque sinceramente hay que reconocer que está en todos los sitios, desde las altas esferas políticas de una u otra acera, donde, por ejemplo, una autoridad que justamente tiene que ver con el tema, en un momento de ira encasqueta bruscamente su humilde sombrero a una mujer, o alguien que amenaza con cambiar de destino hasta un sitio lejano a una empleada porque “le está causando problemas”, fuera del creciente desplante de los varones mediante chistes groseros, sexistas, y que no corresponden, contra la integridad de ellas.
A ello se suma la recurrente utilización abusiva de la silueta femenina en la promoción de productos, sobre todo alcohólicos, o de las fiestas folklórico-patronales y de diversa índole con una machacona frecuencia, sobre todo en medios televisivos, donde se muestra virtualmente sus partes íntimas, debido a la exagerada “mini” vestimenta utilizada, que seguramente motiva morbo en personajes de baja calidad moral.
En fin, se puede decir mucho más al respecto, pero recomiendo que ante un bofetón de parte del varón, la mujer debería pensar mucho antes de continuar con esa azarosa relación. En todo caso, comience a solidarizarse en casa con las labores hogareñas, no dejando que únicamente tenga que ser la mujer quien deba cargar con el cúmulo de diarias obligaciones.
Deberíamos apoyar la idea de que se implante, en escuelas y colegios, una materia para niños y jóvenes en la cual se inculque amor y respeto a la mujer, el matrimonio y su finalidad, etc. Quizá así podamos crear una sociedad más fraterna, en la cual se erradique drásticamente la violencia hacia la mujer y las niñas. Al respecto, es necesario hacer hincapié, otra vez, en que “no todo es con millares de leyes contra todo y todos”, pues, en última instancia, bastaría que sigamos al pie de la letra los Diez Mandamientos divinos para llevar una vida más dichosa.
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