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El anuncio de una reunión en mayo entre Donald Trump y el norcoreano Kim Jong-Un vino como anillo al dedo para amortiguar el escándalo que empezaba a retumbar raudo sobre supuestas relaciones íntimas del Presidente con una estrella del cine pornográfico adulto, conocida como “Stormy Daniels”, algo como Tormenta Daniels o Tormentosa Daniels. El romance habría ocurrido hace más de 10 años y se asegura que los abogados del presidente lograron en 2016 un arreglo que costó 130.000 dólares para que la mujer mantuviera silencio sobre la relación. Eran los días finales de la campaña presidencial de ese año y lo que la actriz hubiera dicho podía haber sido catastrófico para el candidato Trump. Pero la actriz, cuyo nombre real es Stephanie Clifford, ahora quiere contar la historia de la que aquel arreglo le prohíbe hablar. Podría ser obligada a pagar hasta un millón de dólares, pero su posición es simple: sostiene que el acuerdo es inválido porque Trump no lo firmó.
La incómoda cuestión se sumaba a otras que han plagado la historia de Trump y amenazaba con ocupar espacios en la prensa con nuevas denuncias de tenor parecido cuando, a mediados de semana, otra noticia hizo temblar el ambiente informativo: Trump acababa de ser invitado para reunirse con Kim Jong-Un y aceptaba encontrarse con el rebelde norcoreano a quien no hace mucho llamó “el gordito” y “el hombre cohete”. El encuentro se realizaría durante la segunda mitad de mayo.
Este fin de semana aún no había una definición precisa sobre dónde se realizaría el encuentro, aunque se especulaba que podría ser en China, el poderoso aliado norcoreano, o en Corea del Sur, la estrella capitalista asiática cuyo bienestar hace morir de envidia a muchos de los austeros pero industriosos hermanos del norte. La cuestión no es menor, pues en diplomacia dicen mucho apariencias que parecen irrelevantes. Vietnamitas del sur y del norte se tranzaron en un debate inacabable sobre la forma que tendría la mesa, si cuadrada, redonda o rectangular, donde se reunirían a principios de 1973 para negociar el fin de la guerra.
Tampoco se conocía detalles sobre cómo se trabajó la invitación ni sobre su aceptación inmediata, que el propio Secretario de Estado Rex Tillerson parecía ignorar. Pero un elemento que decía volúmenes radicaba en quién la entregó. Fueron autoridades del gobierno surcoreano que, tras recibirla en Seúl, viajaron de inmediato a Washington y la consignaron a la Casa Blanca. La sorpresa jubilosa inicial parecía dar paso a posiciones más pragmáticas y a procurar ventajas inmediatas. La Casa Blanca, bajo un escepticismo calculado, dijo que querría contar con gestos norcoreanos concretos, como un compromiso firme de suspender las pruebas nucleares que erizan los cabellos del Pentágono. Corea del Norte ha demostrado que tiene cohetes intercontinentales capaces de llegar al continente norteamericano.
Las dos coreas aún están técnicamente en guerra, pues no han firmado un tratado de paz sino que conviven bajo un armisticio que puso fin a la guerra (1950-1953) en la que Estados Unidos, al lado de las fuerzas de Corea del Sur, luchó contra las de China y la entonces Unión Soviética, que apoyaban a los norcoreanos.
Los recientes juegos olímpicos invernales en Corea del Sur pusieron en evidencia un rápido deshielo entre los dos países, cuyas escuadras femeninas compitieron con un solo equipo en las disputas de hockey. Fue la primera vez que los dos países compitieron unidos. De allí, “el gordito” habría decidido lanzar su siguiente naipe: invitar a Trump a un mano a mano.
El reencuentro de coreanos está ocurriendo ante los ojos del mundo. Con los Estados Unidos de Trump que descargan estocadas comerciales a diestra y siniestra y enturbian las relaciones con América del Norte y la Unión Europea, el apaciguamiento entre las dos coreas y el anuncio del mayor encuentro de la década, son dos cartas mayúsculas que obligan a la máxima atención. Los mapas geopolíticos del mundo pueden cambiar.
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