Eminentes pensadores se entregaron a la tarea de exaltar nuestros valores tradicionales, históricos y culturales, en una de las manifestaciones intrínsecas de la vertiente nacionalista.
Asimismo conocidos políticos se esforzaron por defender la soberanía nacional y los recursos naturales, renovables y no renovables, en consonancia con los postulados e inquietudes de apego a la tierra que los vio nacer. E intentaron mejorar la situación social.
Los unos y los otros pasaron a la historia con luces y sombras. Permanecen ignorados por las nuevas generaciones y sin reconocimiento alguno. Para el colmo de males, satanizados o considerados como “los malos de la película”. Por consiguiente, descansan en paz, cubiertos por el polvo del olvido y la ingratitud, pese a los valiosos servicios prestados a la nación y la comunidad. Pero otros personajes foráneos, que no contribuyeron, ni con un ápice de esfuerzo a la construcción del país, gozan de monumentos y estatuas. Es una incongruencia, por cierto.
Posiblemente este histórico propósito, liderado por genuinos nacionalistas o reformistas, como se los llamaba, hizo que la ciudadanía se haya movilizado, obviando, inclusive, diferencias de orden social, en torno al objetivo de alcanzar mejores días. La lucha de clases fue descartada totalmente. Es que el accionar nacionalista estuvo divorciado de toda injerencia del internacionalismo. No enviaba ni admitía emisarios para tomar el poder.
Nacionalismo “es sinónimo de integración social democrática”, señaló, en una entrevista, el presidente argentino Arturo Frondizi. Palabras que corresponden a un político de amplia trayectoria, y fueron vertidas en la plenitud de sus facultades mentales e intelectuales. Él hablaba de una integración tan requerida ahora más que nunca.
A estas alturas de la historia, existen aún quienes propugnan la transformación estructural, con desarrollo y justicia social, inspirada en esa corriente política. En ella que implica la distribución equitativa de los recursos que generan nuestras materias primas, con la perspectiva de lograr mejores condiciones de vida a favor de los postergados de siempre. Y que signifique la verdadera reformulación del injusto ordenamiento social, existente hasta el momento. Ahí tenemos la pobreza, en pleno Siglo XXI, que hinca sus dientes de león en importantes conglomerados humanos.
Tanto pensadores como políticos estuvieron persuadidos de que la herramienta más fecunda para lograr transformación, desarrollo, bienestar social y libertad, fue el camino del nacionalismo, como signo de avance y de compromiso con la historia y los hombres. Así exigía y exige el irrenunciable destino nacional.
En suma: la construcción de un futuro mejor requiere del esfuerzo mancomunado, es decir de la alianza de clases.
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