La espada en la palabra
Se puede comenzar a escribir un artículo periodístico sobre la educación diciendo que ésta no marcha muy bien, o que está demasiado mal… Pero eso ya lo sabemos, porque lo hemos oído y leído hasta el hartazgo; entonces ahora, cuando ya sabemos de la existencia de la herida, lo que queda es la proposición de la cura.
Si yo tuviese la oportunidad de ser magistrado, y tuviese a mi merced una estructura partidista seria y sobre todo patriota, propondría una reforma profunda, quizá demasiado profunda, lo necesario como para sentar nuevas bases que sean el sostén de una nueva forma de concebir la enseñanza. Me limitaré a hacer solamente algunas consideraciones sobre la educación escolar, porque mis días colegiales están cada vez más lejos en mi vida, y los veo, por tanto, con menos claridad como para opinar acerca de ellos con suficiente autoridad; hablaré un poco más extendidamente, en cambio, sobre la educación que se está impartiendo en nuestras universidades.
El niño boliviano, infortunadamente, crece con un conjunto de ideas erróneas o cuando menos sesgadas. Las escuelas tienen intereses, como toda corporación, y por tanto inculcan a sus estudiantes conceptos que, además de ser alejados de la realidad, están obsoletos, porque los profesores de colegio raras veces son investigadores. Además, estos conceptos pueden estar en una situación de alineamiento; estoy hablando del uso político que se le da a la historia. Cuando el estudiante está por elegir una carrera o un oficio, está tan perdido que no sabe si realmente nació con un propósito. ¿Cuál es la solución, entonces, y en pocas palabras? Dad al niño una educación humanística; que ame la cultura universal y las generalidades de las artes y las ciencias; al mancebo que se alista para su vida de universidad, en cambio, dadle una educación más especializada, en armonía con sus potencialidades y fortalezas, y si no las tiene, ¡enseñadle a tener una! Es por eso que creo y seguiré creyendo en la necesidad de un proyecto de renovación educativa con asesoría de expertos extranjeros, verdaderos peritos en pedagogía. El proyecto, claro está, deberá dirigirlo un boliviano humanista, diríase un artista o científico.
La situación en las universidades se presenta más complicada, pero, paradójicamente, según mi modo de ver, más fácilmente de arreglar. No hablaré de la corrupción de las universidades estatales (y aún de las privadas) ni de sus problemas institucionales, porque no es materia de este artículo, sino solamente de la cuestión desde la perspectiva pedagógica. El catedrático de hoy, salvo contadas excepciones, y muy dignas por cierto, no es catedrático porque no predica la cátedra en las aulas; no lo es no por falta de inteligencia, sino por falta de erudición, o de ilustración, como se quiera ver. Y no lo es, principalmente, y yendo a la causa más profunda, porque la concepción de la enseñanza ha cambiado, para nosotros, para mal.
Hace poco me hacía la pregunta de por qué hoy ya no tenemos Galileos ni Spinozas. Los nuevos instrumentales tecnológicos hicieron que la humanidad necesite menos de los matemáticos y casi nada de los genios. Incluso la esencia de la investigación ha cambiado, porque ahora las tesis universitarias se parecen más a un recopilado de referencias y citas, que, comparadas a los descubrimientos que antes constituían las tesis, son parodias a la formación académica. Incluso la institución de la tesis como forma de licenciamiento es un despropósito para la prueba real y efectiva del saber del estudiante en áreas como son el Derecho, la Psicología o la misma Pedagogía. ¿Cómo probarlo y licenciarlo entonces? -Con el examen.
Hemos planteado apenas el problema y nos ocuparemos de desarrollarlo en una siguiente nota.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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