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[Heberto Arduz]

La vida admirable de Chaplin


Entre mis lecturas, aparte de ensayos y crónicas literarias de diversa naturaleza, gustaba de las biografías. Y más aún de las autobiografías, es decir lo que tal o cual persona valoraba de su propia vida en inventario y del transcurrir, bueno o malo, entremezclado -como el de todos los seres humanos- por su paso terrenal. Sí, porque del otro mundo, del más allá, nada sabemos, ni pito ni chancaca.

Por ese afán de cazafantasmas, leí biografías y autobiografías que me conmovieron, unas, y otras me fascinaron. De Nietzsche, Churchill, Zweig, Marilyn Monroe, Napoleón, Gandhi y Chaplin, entre muchas otras.

Hoy quiero evocar, con un nudo en la garganta, las vicisitudes por las que atravesó Charles Chaplin de niño, joven y ya como consagrado personaje. Su “Historia de mi vida” conmueve y hace meditar sobre las complejidades de la existencia humana. Tras arduas faenas, al cabo lo que cuenta es la fortaleza puesta de manifiesto a tiempo de enfrentar escollos en diferentes gradaciones. El sí supo de todo aquello a partir de las fatigas de la infancia, dubitaciones de juventud y -admírate lector- entereza de ánimo para sobreponerse a todo obstáculo. Y, principalmente, edificar su mundo con genialidad de artista, fineza de trato social elevado y, aún más, de delicado compositor musical.

Su autobiografía habla de todo lo que fue, en una vida plena de aristas diversas y con proyección sin perfil de ego insultante. Un ser humano a carta cabal. Arrancó risas y sonrisas en sus proyecciones cinematográficas cuando empezaba la mutación del cine mudo al sonoro y encandiló, como nadie, a los espectadores. Desde muy niño traía en la sangre lo que ambicionaba ser y el logro mayor lo obtuvo paradójicamente a temprana edad. ¡Un ser excepcional!

De infante conoció la miseria y el dolor por la salud de su progenitora que extravió la razón, siendo él huérfano de padre alcohólico; conoció, asimismo, la sonrisa que alimentaba y contagiaba su ángel interior y -ya maduro- de la grandeza de espíritu y genial encarnación del arte. Nunca desmayó ante la presencia del infortunio.

Igualmente se nutrió de la paradoja que acompaña a los solitarios y singulares personajes: ahora estoy solo, dijo repitiendo a Hamlet y en el apogeo de su carrera musitó: “vestido de punta en blanco y sin ningún sitio adonde ir…”.

Entre las bellas expresiones que esbozó: “no he tenido que leer libros para saber que el tema de la vida es la lucha y también el dolor”; la finalidad de la poesía no es otra que “una carta de amor dirigida al mundo”; o lo que anota a manera de explicación: “Cuando empecé este libro me pregunté qué razón tenía para escribirlo. Hay muchas razones, pero la disculpa no es ninguna de ellas”; hasta el resumen que formula de su vida: “He sido mimado por el afecto del mundo, amado y odiado. Sí, el mundo me ha dado lo mejor de él y poco de lo peor que contiene”.

En su autobiografía refiere sus altibajos como ser humano al narrar las actividades que desempeñó en su condición de humorista, actor, productor, director del cinema, escritor de guiones y compositor musical. Ah, Charles, ¡nadie como tú…!

 
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