Danny Daniel Mollericona Alfaro
En mi escuelita, varias veces, por no decir todos los 23 de Marzo, nos recordaban la proeza de Genoveva Ríos, la adolescente de 14 años que salvó la bandera boliviana de la Intendencia de Policía de Antofagasta, evitando un terrible fin (ser quemada o pisoteada) en manos de los “malos” chilenos. Seguramente no soy el único que tiene semejante recuerdo. Me acuerdo bien que, entre el bullicio susurrado y el tentador jugueteo que inspira el pararse ¡fir¡ en las horas cívicas, alucinaba en mi imaginación con escenas “de película” en que tan valiente muchacha hizo semejante hazaña. Pero no es para más, ¿acaso las wawas no se imaginan algo parecido con la figura del Juancito Pinto? Una wawa de 12 años, loq’alla tamborerito, en la Batalla del Alto de la Alianza muriendo por una patria que no le ha ofrecido más que un uniforme mala traza y unas baquetas usadas…
Estas narrativas, una adolescente salva-bandera y un niño tamborerito carne de cañón, es lo que el Estado nos ofrece para llenar nuestro sentimiento y anhelo de pertenencia. Así encuentra su realidad la “comunidad imaginada” que nos propone Benedict Anderson y, también, así la población encuentra el refugio afectivo de alta intensidad que nos ayuda a determinar nuestro discurrir en el mundo; esa “valencia afectiva”, como nos diría Norbert Elías.
Al igual que cualquier narrativa, hay ciertos signos que tienen mucha fuerza y poder de identificación. La bandera tiene un lugar privilegiado entre los signos. Tal vez eso se debe a la facilidad de identificación de pocos colores en un determinado orden, que la hace de consumo masivo. La bandera es un signo y a la vez es un ritual. Como símbolo tiene un significante: la forma, color y demás características; y cantidad inmensa de significados. Eso sí, las instituciones u organizaciones matrices (léase Estados) son las que le otorgan un significado oficial y específico. Como ritual tiene carácter sagrado: merece respeto y se puede tomar represalias contra un accionar indebido.
Ahora hay una bandera de casi 200 Km de largo que representa un anhelo de salida soberana al mar. Pero este anhelo, añoranza o ensueño no lo ha creado Evo; este anhelo es una construcción histórica que la han ido maquinando políticamente varios gobiernos. Piénsenlo un poquito, es buena estrategia de marketing político y fácilmente se puede utilizar para manipular a grupos de personas. Y sí, la gente de a pie se apropia de ese anhelo, y sí, es una búsqueda de la mayoría de la población; aunque no sepamos nadar, queremos mar, pues…
La bandera tuvo por lo menos 15.000 policías y militares que velaron por la seguridad del evento: el banderazo. Imaginen tantos uniformados para hacer flamear y cuidar una bandera. Yo me imagino que tal cantidad de uniformados podrían realizar un operativo que al menos desarticularía una red de trata y tráfico de personas o siquiera que vayan una mañana a enseñar a las wawas a las escuelas sobre cómo evitar caer en manos de esas redes.
Yo me imagino que si Genoveva Ríos hubiera sido feminista, seguro habría estado salvando a alguna mujer de su marido violento o de un aborto mal practicado. Seguro habría estado enseñando a las niñas (chilenas o bolivianas) a leer, a escribir y a exigir sus derechos; a luchar. Si Genoveva Ríos hubiese sido feminista (y hubiese estado haciendo alguna de estas actividades) seguro el periódico El Comercio del 14 de febrero de 1879 no hubiera escrito sobre ella, porque a muchos medios les interesa más una bandera... ¡Una bandera, a ver!
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