La próxima exposición de alegatos de la demanda marítima en la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, por parte de Bolivia y Chile, respectivamente, a partir del día 19 venidero, se ha visto envuelta en una serie de altibajos. Uno de ellos lo protagonizó el presidente Evo Morales en la posesión del nuevo mandato de Sebastián Piñera, al ofrecer diálogo bilateral antes de conocerse el fallo de la CIJ, a sabiendas de que Chile reiteró que estando planteada la demanda, nada se puede tratar. De inmediato el flamante canciller chileno, Roberto Ampuero, dijo que no se debe debatir sobre la soberanía de su país, estando vigente el Tratado de 1904.
Hace poco, en un programa de televisión internacional Alejandro Guillier, candidato que disputó a Piñera la elección presidencial, se manifestó partidario de que un medio de arreglo con Bolivia sería el “canje” o compensación territorial, recordando el antecedente del abrazo de Charaña de 1975. Este encuentro fracasó cuando Chile exigió canje territorial. De inmediato políticos mapochinos salieron al paso de Guillier, exigiéndole “seriedad” en un caso “delicado”, tono que reproduce la línea chilena más dura en el tema. Empero fue una declaración reflexiva e igualitaria porque atendería, dijo Guillier, los intereses tanto de Bolivia como de Chile.
El criterio de dichos políticos hace evidente un rezago, un retroceso en comparación con las repetidas promesas de una serie de presidentes de La Moneda durante el Siglo XX - sin incluir los convenios protocolizados del Siglo XIX- en sentido de dar solución al enclaustramiento marítimo de su vecino, inclusive sin compensación territorial y soberanía. Este giro se lo formula de espaldas y negando al mundo distinto de hoy a nivel internacional, se trata de posiciones carentes de tolerancia y dependientes de pasiones y dogmatismos del pasado. Apreciaciones tajantes como esas, inclusive infunden temor por el futuro de una vecindad dificultosa por su tono cercano a lo bélico, con el antecedente funesto de la denominada guerra de 1879.
Siguiendo a lo largo de los altibajos del momento, huele a precipitada la confesión del presidente Morales de “pensar” en la mediación papal o de Naciones Unidas pos resolución de la CIJ. Esto resta importancia al fallo favorable a Bolivia que pudiera pronunciar La Haya, además de prevenir a Chile que, ni corto ni perezoso, trabajará para neutralizar escenarios semejantes. Algo así sucedió con el anuncio de otra demanda a Chile por las aguas del Silala. Su respuesta es la acusación al país ante el mismo Tribunal, sin que le importase lo descabellado e injusto de esa demanda. No hay relaciones internacionales beneficiosas al margen del tacto, prudencia y diplomacia.
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