“La gente”, observó Octavio Paz en uno de sus últimos textos, referido precisamente a la situación europea, “vive más años, pero sus vidas son más vacías, sus pasiones más débiles y sus vicios más fuertes. La marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros”. [...]. “La democracia está fundada en la pluralidad de opiniones. Nada menos democrático y nada más infiel al proyecto original del liberalismo que la ovejuna igualdad de gustos, aficiones, antipatías, ideas y prejuicios de las masas contemporáneas”.
También en Europa la actual democracia de masas -celebrada como uno de los grandes logros progresistas de la segunda mitad del Siglo XX- desplazó a las viejas aristocracias tradicionales del gobierno y del ámbito de la cultura. Ralf Dahrendorf, uno de los grandes teóricos de la democracia, ha observado que la nueva élite europea hoy en día, de carácter tecnocrático, viaja mucho y cruza fronteras cada momento, pero sólo conoce y se mueve en el ambiente uniforme y anónimo de aeropuertos, hoteles, bancos y, obviamente, en el ámbito de la tecnología más novedosa.
Pero este estrato, según Dahrendorf, rechaza la dimensión nacional en todo, empezando por la política y terminando por la cultura; le son indiferentes las redes tradicionales de solidaridad, la creciente desigualdad social, las convenciones locales y los hábitos regionales, los anhelos particulares de cada país y las necesidades de cada región. Este nuevo estrato, dice Dahrendorf, termina siendo un peligro para la democracia.
También en la Europa contemporánea la tan alabada democracia del presente incluye la manipulación de la consciencia de dilatados segmentos poblacionales mediante los medios modernos de comunicación, manejados por las nuevas élites, más arrogantes, incultas y aviesas que todas las anteriores. El orden contemporáneo, con una sociedad civil aparentemente bien educada e informada, no excluye el despliegue de fuertes sentimientos nacionalistas, xenófobos e irracionales. En Europa se expanden inmensas redes mafiosas (basadas en los países orientales) y fenómenos de corrupción de una magnitud insospechada hace pocas décadas. Ante este tipo de desarrollo, postmodernistas y neoliberales no exhiben la necesaria consciencia crítica; muchos de sus más conspicuos representantes se dedican a alabar las manifestaciones más burdas de la cultura popular.
En Europa Oriental la mayoría de los actuales neoliberales era hasta hace pocos años de socialistas convencidos, altos burócratas y administradores de empresas estatales, que hoy se han convertido en los felices propietarios capitalistas de las mismas. En algunos países de Europa Oriental este proceso ha contribuido a cimentar la tradición autoritaria pre-existente y a debilitar una actitud crítica frente al horizonte normativo de la actualidad.
Esta abdicación del pensamiento se percibe también en Europa Occidental, donde se va extendiendo uno de los modelos más sólidos y refinados de un burocratismo asfixiante y exhaustivo, y donde, al mismo tiempo, se advierte una conformidad resignada de parte de la población y una deplorable inclinación apologética entre los intelectuales. La edificación institucional de la Unión Europea, por ejemplo, se asemeja a una fría construcción pragmático-tecnicista consagrada al éxito económico-financiero con total prescindencia de factores culturales e históricos. La adhesión a ella se debe, por lo tanto, exclusivamente al oportunismo económico. En la edificación de esa gran comunidad no hay una visión política de largo plazo, no se dan vínculos emotivos dignos de mención, no existen criterios para identificarse plenamente con la enorme fábrica legal-institucional, sólo la fría razón instrumental de los burócratas internacionales.
La ampliación de la Unión Europea sigue criterios de maximización económica y seguridad militar-estratégica, dejando a un lado todo elemento humanista, es decir lo que durante siglos conformó la especificidad de la cultura europea y lo que hizo este pequeño continente grande y encomiable a nivel mundial. La dimensión de la actual Unión Europea, su complejidad y opacidad impiden una vida cotidiana auténticamente democrática: lo gigantesco no significa per se lo positivo y ejemplar. Las decisiones importantes de la Unión Europea son tomadas en forma elitaria por pequeños equipos de tecnócratas, sin que la población se entere mucho de estos tediosos detalles.
En Europa la evolución económica y social va de la mano de un desarrollo uniformador: las identidades nacionales van desapareciendo y pronto dará lo mismo vivir en Helsinki o en Lisboa, porque todo tendrá el mismo carácter homogéneo y aburrido.
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