La situación económica desesperante de Chile, antes de 1879, lo obligó a usurpar territorio boliviano. Su política expansionista fue alentada por el desinterés y abandono en que se encontraba el Litoral. Desde años de la independencia los “rotos” incursionaban y operaban sin control en nuestras extensas costas, hasta que ocurrió lo que se veía venir, sin que se hubiese adoptado previsión alguna, la invasión del 14 de febrero de 1879, cuando la soldadesca araucana cometió atrocidades, asaltó almacenes, incendió casas, eliminó a todo boliviano que se cruzaba en su camino.
La gente aterrorizada escapó de Antofagasta a otros pueblos.
Gobernaba el país el Gral. Hilarión Daza, que había dado un golpe de Estado a Tomás Frías el 4 de mayo de 1875. El abogado Ladislao Cabrera, que ejercía el cargo de forense, asumió la jefatura y dirección de la defensa. Lo hizo con acierto poco común en un civil, siendo nombrado segundo jefe Eduardo Abaroa, lo acompañaba el coronel Severino Zapata y tercer jefe el subprefecto coronel Fidel Lara y sus 18 rifleros, Fidel Carranza, Lizardo Taborga, el mayor Juan Patiño, Saturnino Burgos y el oficial Vargas, que lograron reunir a un pequeño grupo de voluntarios.
Ante la proximidad de la lucha, Cabrera le insinuó a Abaroa volver a San Pedro y dejar Calama. Él le respondió: “Soy boliviano, esto es Bolivia y aquí me quedo”. El jefe del ejército chileno, Sotomayor, anoticiado de estos aprestos y de la resolución de los bolivianos de hacerle frente en Calama, envió a su ayudante Ramón Esprech a parlamentar con el jefe de los defensores de Calama. El enviado se presentó ante Cabrera el 16 de marzo y le intimó rendición. “Entregad la plaza y se os concederá toda garantía y seguridad para vos, para los vuestros y el vecindario de Calama”. Cabrera le respondió altivo: “Jamás se rinde un boliviano. Estamos resueltos a sacrificar nuestras vidas por la patria, pero a rendirnos, jamás. Defenderemos la integridad de Bolivia hasta que no haya un solo hombre que pueda tomar el arma y rechazar al invasor. Entrad, pero mientras haya una gota de sangre en nuestras venas, no nos rendiremos. Entrad y que atollándose con nuestra sangre penetre sobre nuestros restos el invasor que sobre los charcos y cenizas plante su bandera de conquista. Decid, pues, a vuestro jefe, que no nos rendiremos”.
Después de la partida del parlamentario chileno, Cabrera reunió a los pocos defensores voluntarios, les dirigió una arenga y luego leyó el acta suscrita con el parlamentario. Al terminar les preguntó: “¿He interpretado vuestro sentimiento? ¡Sí!, respondieron todos, “Juramos morir y defender con nuestra sangre el suelo de la patria”. El 23 de marzo de 1879 se presentaron en Calama 544 soldados de las fuerzas invasoras con cuatro ametralladoras, dos piezas de artillería y un cuerpo de caballería. Los bolivianos apenas eran 135 combatientes, con solo 35 rifles Winchester, 8 rifles Remingtón, 30 fusiles a fulminantes, 12 escopetas, 14 revólveres y 32 lanzas. No tenían ametralladoras ni cañones. En condiciones tan desiguales se entabló el combate.
La poderosa artillería enemiga abrió fuego causando enormes brechas en el frente de los defensores bolivianos. El combate se hizo tenaz, nuestros defensores mostraron valor temerario y singular patriotismo. El puente Topáter era el puesto estratégico y allí se libró una encarnizada resistencia. Los patriotas hicieron retroceder al enemigo en dos oportunidades, pero la superioridad chilena en armas y número de hombres inclinó el fiel de la balanza a favor de los chilenos. Los calameños cayeron fieles a su bandera.
Solo quedó Abaroa entre los muertos y heridos, era el último baluarte de los defensores, al que disparos le ocasionaron heridas en el cuello y la cabeza. Rodeado de cien soldados chilenos y no sabiendo en qué dirección disparar, escuchó un grito que le intimidaba “¡Ríndase, boliviano y le concedo la vida!”. Abaroa se irguió desfalleciente, la sangre le cubría la barba y su pecho y con la presteza de un león herido descargó los últimos cartuchos y siguió accionando su inútil arma. El oficial chileno Souper le intimó otra vez: ¡Ríndase! ¡Ríndase! Entonces haciendo girar su rifle con repulsa, lo arrojó al oficial y le respondió con un potente grito: ¿Rendirme yo? ¡Que se rinda su abuela... carajo!
Dos disparos hicieron caer a Eduardo Abaroa. Luego el subteniente Carlos Roberto Souper le atravesó con su espada. Solo entonces, sobre los cuerpos de los defensores pudo pasar la soldadesca. Cabrera al darse cuenta de que no podían más, ordenó la retirada de sus pocos hombres rumbo a Chiu Chiu, Canchas Blancas y hacia el norte de Potosí.
Abaroa es el hombre símbolo, lo admiramos desde que aprendimos las primeras letras. Los “rotos” tuvieron que matarlo para pasar sobre su cadáver, no sin antes reconocer su hombría, valor y coraje…
Ref: Libro “Historia de Bolivia”, de Floren Sanabria G.
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