Vicente Blasco Ibáñez publicó la novela Los cuatro jinetes del apocalipsis, en 1916, durante su permanencia en Francia. Entre varias novelas editadas en la época de la Primera Guerra Mundial, dicha obra alcanzó rápido y creciente éxito de librería al punto que fuera calificada como la más leída del mundo después de la Biblia.
El autor español resaltó el carácter de vivencia personal que registró en algunas escenas, al considerar a la guerra “de un lado, el indolente militarismo prusiano, la reacción, la caverna, la fuerza bruta” y, de otro lado, “la patria de los derechos del Hombre y de Víctor Hugo, la Libertad, la Civilización”. En esta novela, por tanto, la guerra no es sino la cabalgata de cuatro jinetes: la guerra, el hambre, la peste y la muerte. Esta visión la tuvo en París.
La guerra representa renunciar al amor, a la familia y a la conciencia de clases, según Blasco Ibáñez describe en las vibrantes páginas de su libro; considerándose a sí mismo un “soldado de la pluma”.
Relata que recogió los primeros indicios de la guerra en julio de 1914 y que el primer capítulo de la obra fue el resultado de un viaje que hizo a bordo del último trasatlántico germánico que tocó territorio francés y concibió la trama de su obra cuatro jinetes “azotes de la historia” que iban a alterar no sólo a los europeos sino al mundo entero.
El diálogo al que se refiere el presente artículo y que contiene el libro mencionado, recuerda el problema del mar cautivo, es el siguiente: “Aquí Desmoyers (personaje de la novela) creyó que debía decir algo, para que el orador no adivinase sus verdaderas preocupaciones:
-Tal vez no hacen ustedes bastante. ¡Si ustedes devolviesen, ante todo, lo que le quitaron!...
-(…) ¡Devolver! –dijo una voz que parecía ensordecida por el repentino hinchamiento de su cuello-. Nosotros no tenemos por qué devolver nada, ya que nada hemos quitado. Lo que poseemos lo ganamos con nuestro heroísmo.
-(…) Es como si le quitase a usted el reloj y luego le propusiera que fuésemos amigos, olvidando lo ocurrido. Aunque usted pudiera olvidar, lo primero sería que yo le devolviese el reloj”.
Huelga todo comentario. Más claro, agua, ¡agua de mar…!
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