En agosto de 2013 disputas internas por el dominio de Chonchocoro ocasionaron la muerte de 30 presos y 38 heridos por el empleo de armas, dinamita y otros. ¿Qué medidas fueron tomadas desde entonces para modificar la situación? Ninguna.
Desde el Siglo XIX en el país no hubo un claro concepto de lo que debe ser una cárcel. El Panóptico o penal de San Pedro se construyó como una casa de vivienda de la época, aunque con muros altos. Las sucesivas cárceles fueron improvisadas en inmuebles urbanos en el interior del país. Palmasola y Chonchocoro resultaron hechas con ideas carcelarias vagas hace unos 30 años, en parte por falta de los recursos adecuados.
Es tiempo de dar el carácter y el aspecto que les corresponde a las cárceles. Las celdas deben ser tales y no habitaciones comunes. En nuestras cárceles solamente se ve rejas en las puertas de ingreso. No se trata de dotarlas de instalaciones sofisticadas y duras como en Estados Unidos o Europa, sino de seguridad, funcionalidad e higiene. Las sanciones dispuestas no pueden derivar en una especie de colonias de vacaciones, donde cada reo se rodea de las comodidades que le permite su economía. O se conviertan en “universidades de la delincuencia”.
El Panóptico en La Paz se levantó bajo las escasas posibilidades del Estado de entonces, pero Chonchocoro y Palmasola podían haber tenido mejores condiciones carcelarias. De ésta última se dice que sus internos se dotaron de habitaciones como pudieron. Eso es insólito y vergonzoso para un país que se considera Estado, habida cuenta que en esa época no se disponía de la lluvia de dinero que produjo en estos 12 años la alta cotización de las materias primas. El actual Gobierno en ese tiempo podía haber atendido mejor el estado de las cárceles, que hacía rato presentaban un aspecto indeseable en todo sentido.
Se carece de una política criminal con su componente carcelario y no solo hace falta infraestructura. Ante esas ausencias la corrupción no se hizo esperar, llegando a extremos increíbles: venta, anticrético o alquiler de ambientes cotizados según las posibilidades de los detenidos. Las mafias de cada pabellón o área cobran por dar tranquilidad a los presos, bajo alternativa de tortura y acoso permanente. Los guardias también aplican una tarifa: por ingreso personal, por permitir el pernocte de esposas o amantes y por hacer de la vista gorda para el paso de armas, drogas, alcohol, etc. La plantación de marihuana en Chochocoro mueve a risa y burla.
Un mínimo orden debe empezar por separar en reclusorios distintos a mujeres y hombres detenidos, ninguna estancia de niños, a no ser lactantes, separar a preventivos de los reos sentenciados y por la gravedad de los delitos. La dificultad de administración y custodia de las cárceles requiere voluntad política. ¿Existirá algún gobierno capaz de desplazar a los policías de esa labor, a sabiendas de que es otra veta de ingresos adicionales de los mismos?
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