La atmósfera sociopolítica durante el Siglo XX produjo grandes experimentos, que podrían ser considerados como manifestaciones prácticas y concretas de una concepción específica de la filosofía de la historia. En particular las revoluciones socialistas en Rusia y China parecían demostrar que las sociedades dominadas por diferentes modelos de propiedad privada daban paso a etapas superiores de desarrollo, etapas que parecían corresponder a una filosofía científica de la historia: la marxista. La obra de Karl R. Popper puede ser considerada como uno de los mayores esfuerzos críticos para señalar las debilidades conceptuales de esta filosofía de la historia y en el fondo de todas las teorías que, según Popper, pretenden dirigirse hacia una meta utópica de la transformación social, siguiendo un esquema de desarrollo siempre ascendente. Popper trató de demostrar que todas las filosofías de la historia de este tipo están basadas en ilusiones y en concepciones equivocadas de lo que es la evolución humana.
Por lo expuesto el tema es relevante para comprender la fascinación que han ejercido las filosofías de la historia que postulan un modelo perfecto como conclusión lógica de toda la historia universal. Considero también que Popper vinculó adecuadamente su crítica del marxismo con concepciones anteriores (como la hegeliana), que en el campo de la filosofía han gozado de un gran prestigio por el carácter racionalista de las mismas. El estudio de Popper nos brinda así una ganancia cognitiva doble: (1) una crítica fundamentada del optimismo histórico que presupone un fin perfecto para la evolución humana y (2) un análisis crítico de las teorías actuales que justifican el uso de la violencia política para alcanzar presuntas metas superiores que exigen sacrificios sociales prolongados.
El contexto filosófico de Popper puede ser descrito como el esfuerzo de acercarse a la verdad, aunque uno nunca logre la posesión plena de la misma. Se trata entonces de una posición básicamente antidogmática que busca la comprensión del mundo mediante el camino de probar y equivocarse, en una constelación general de dudas y preguntas, como ya había sido esbozado en la antigüedad clásica por Sócrates, uno de los héroes intelectuales de Popper. Se podría decir que la filosofía popperiana ha sido inspirada por escritores fundamentalmente críticos, que ponían en duda los edificios dogmáticos construidos por otros filósofos. Por ello Popper sintió una gran simpatía intelectual por Sócrates y Kant y una marcada antipatía por Platón, Hegel y Marx.
La crítica de Popper a las grandes doctrinas de la filosofía de la historia se refiere a las concepciones de Platón, Hegel y Marx. En resumen puede decirse que Popper critica la construcción pretendidamente obligatoria de etapas colocadas en una línea ascendente, línea que sería universal para todas las sociedades del planeta (con pequeñas variantes). En segundo lugar Popper critica la pretensión de cientificidad de estas teorías, pretensión basada en las presunciones de obligatoriedad y de universalidad que son aspectos típicos de las leyes científicas en los campos de la física y la química. Popper, por lo tanto, dirige su crítica a la equiparación (es decir: a la igualación) de las ciencias naturales con las disciplinas sociales históricas. Se puede decir que Popper reactualiza una concepción relativamente antigua, que distingue metodológicamente entre ciencias puras y naturales, por un lado y ciencias sociales e históricas por otro. Popper renueva la tradición que separa la explicación científica de causas y efectos, válida para las ciencias naturales, de la comprensión interpretativa de motivos y consecuencias, que son los aspectos habituales en las disciplinas sociales.
En las ciencias naturales existe objetividad comprobable mediante experimentos, mientras que en las ciencias sociales existen solo valoraciones que tratan de penetrar en el sentido que tienen los acontecimientos para nosotros. Por estas razones Popper ha insistido en que la revolución total no tiene ninguna base científica. Lo recomendable sería entonces una reforma paulatina que no ponga el conjunto de la sociedad en peligro, sino solo una ingeniería gradual consagrada a reformas parciales y temporalmente limitadas.
Puesto que no se puede predecir científicamente el desarrollo exacto de la historia, no podemos afirmar que ésta tenga un sentido claramente discernible. La historia como tal -es decir observada globalmente- no posee un sentido que podemos llamar verdadero o falso, pero sí lo que podemos hacer es atribuir a la historia concreta, es decir a la nuestra, un significado que satisfaga nuestras modestas intenciones prácticas. La conclusión general de la gran obra de Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, es que la historia no posee ni un fin ni un significado, pero que nosotros le podemos atribuir ambos a aquella porción de la historia que nos toca vivir.
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