La espada en la palabra
Rusia está inacabada, es una frase del escritor romántico Aleksandr Pushkin y el título de un libro de la célebre historiadora francesa y sovietóloga Hélène Carrère D’Encausse. Quizá esa frase resuma toda la historia de un país, al igual que el secreto de su futuro.
Nunca se puede decir que se ha entendido a cabalidad a este país ni que se tiene los pronósticos para sus días próximos. Porque Rusia ha sido vanguardia de pueblos y también saga de progresos, vista desde la perspectiva filosófica de la historia cíclica, la leyenda de este Estado es el paradigma del movimiento constante en la marcha de la civilización política, aunque esto parezca una contradicción, si es que hablamos de civilización y, por tanto, de avance sin retroceso. Pasar del ultraconservadurismo al izquierdismo más cerrado y arbitrario (o al intento de un izquierdismo eficiente), y del retraso material a la modernización más descarnada (o al intento de industrialización); sus sucesivas desintegraciones y reintegraciones; sus caídas y restauraciones; una fatalidad que la destinó a estar por muchos años al margen de la globalización y sin poder armonizar los intereses de los obreros con los de los campesinos, no son sino prueba contundente de un Estado que, aunque con contradicciones sociológicas y limitaciones económicas, trata de ser bastión político y no periferia.
Si uno lee las novelas de Dostoiewski, Tolstoi, Gogol y Gorki, se percata de la intención política de sus escritores por hallar una solución a lo que, por ejemplo, demanda el campesinado, o a lo que, otro ejemplo, es la situación de la incomunicación por la vastedad del territorio y la ausencia de infraestructura ferrocarrilera (¿cómo se puede negar el aporte de la literatura de los novelistas y poetas rusos a la comprensión de la situación de su país, aporte en el que se basa gran parte de la historiografía oficial rusa?).
Rusia siempre ha presentado dualidades desconcertantes, tanto desde el punto de vista histórico cuanto del político económico. Incluso la religión es un punto de análisis para la comprensión de la voluble psicología colectiva de su nación. Nunca se sabe qué carta tiene bajo la manga. Tal vez por esto la paranoia con la que ha vivido Estados Unidos desde hace ya varios decenios. Rusia tiene una suerte de espíritu emprendedor que le permite ejecutar grandes cambios, o que por lo menos le permite intentar ejecutarlos.
¿Qué pasa ahora con Rusia? Putin es una de las claves para entender lo que pasa en aquel país. Los problemas económicos de Rusia son manifiestos, así como su creciente poderío militar. Levantada de las ruinas en las que había sido dejada por los combos que derribaron el muro de Berlín, como el pájaro Fénix se levanta de las cenizas, Rusia intenta con toda voluntad resurgir, imponiéndose a economías emergentes, como China, por ejemplo.
Putin es el modelo del hombre enérgico y fuerte, victorioso en las elecciones y, al menos de palabra, pacifista y diplomático. Supo tender lazos con políticos occidentales, lideró la agenda política del G-8 en una serie de asuntos internacionales importantes e hizo alianzas con estados asiáticos como Irán. No se puede desconocer su habilidad política ni el carisma que le ganó el voto de más de cincuenta millones de rusos que seguramente desean posicionarse nuevamente como una de las naciones económica y materialmente más fuertes del mundo y dejar en el olvido la idea de esas tierras desoladas e inconexas que se tenía en los años románticos de la Rusia de los Romanov.
Quizá el secreto de esta nación esté en no haber culpado nunca a factores externos el sino de su retraso y sus problemas. “No se queje del espejo quien tenga el morro torcido” (Antiguo proverbio ruso).
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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