En un artículo anterior, señalábamos que la unidad de criterios y de acción no es característica de nuestros compatriotas, más aun si se trata de proyectos de bien público y que lindan más allá de las conveniencias particulares. La política es lo más proclive a ese jaez de comportamientos, salpicados de egoísmo y utilitarismo. Este complejo salta a la vista en la perspectiva de una nueva confrontación electoral, aprestos a cargo de oficialistas y no oficialistas en el país.
Designo como “no oficialistas” tanto a los partidos políticos como a los colectivos sociales, ambos de oposición al régimen. Dichos colectivos han adelantado que renuncian a todo trato y contrato con los que llaman partidos tradicionales, mostrando de entrada un fraccionalismo que tiene como oponente monolítico al partido oficial y a sus agregados “movimientos sociales”, dirigidos por un solo jefe. Ese es el escenario electoral, sea que el presidente Evo Morales dé la espalda a todos los impedimentos legales y éticos que se le oponen, acabando por repostular por cuarta vez, o que su partido presente otro candidato.
Lo anterior muestra hoy un panorama opositor escindido para beneficio del oficialismo y de sus pretensiones de eternización del poder. La renuencia de los colectivos ciudadanos es resultado de la “leyenda negra” que la mano del régimen pinta a los gobiernos “neoliberales” como responsables de los males del país, personificación de las “elites” oligárquicas con más de 100 años de ejercicio del mando –metiendo a todos en un mismo contenedor-, intento propagandístico que, por lo expuesto, parece tener eco más allá de lo supuesto. No abrigamos satisfacción por los actuales partidos que, en el fondo, no reúnen las condiciones de llamarse tales y para ser partidos, en la propiedad de la palabra, les resta mucho, incluidos otros que se consideran “nuevos”. Sus líderes tampoco tienen trazas de estadistas…
Lo reflexivo en el momento es que los colectivos son un conglomerado difuso e inconexo y casi virtual, como las redes sociales que les sirve de referencia, lo que a decir de muchos no les priva del deseo de participar en política, inquietud de la cual suponen haber dado evidencia. La política en todas partes del mundo debe sujetarse a normas y reglas. Su juego requiere, por tanto, partidos o agrupaciones sociales -que vienen a ser lo mismo- bajo un liderato personal determinado o mejor si son más. Un partido no sólo es una militancia más o menos numerosa, sino una estructura formal dotada de estatutos, reglamentos y, lo más importante, de ideología clara, capaz de trasuntarse en un programa de principios coherente, plataforma política y planes de gobierno. Preferimos no tocar la mística idealista como espíritu mismo de la política, porque entre nosotros pedirla es poco menos que imposible.
Ese conjunto no nace de la noche a la mañana y requiere tiempo y organicidad. En cambio, estamos a menos de un año de la nueva convocatoria electoral, sin dar espacio ni tiempo a que el mentado propósito de los colectivos sociales -que no es malo en principio- pueda plasmarse en realidades. En estas condiciones, el proyecto de las redes sociales es a largo o mediano plazo. Ante esa emergencia estos colectivos no tendrán otra alternativa que sumarse a los partidos que mal o bien existen en nuestro medio, so pena de hacerle enorme favor al oficialismo que si en algo cifra sus expectativas es en una oposición fragmentada y sometida a los apetitos de sus jefes, ambiciosos del solio presidencial en solitario.
No obstante, el pueblo boliviano anhela una oposición unificada, capaz de asegurarle con su voto el fin de un régimen autocrático y cuasi totalitario y el horizonte de una democracia real, con nuevo estilo de Gobierno.
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