Por el solo hecho de no haber coincidido con el discurso de quienes detentaban el poder, absoluto, muchos eminentes pensadores fueron tildados de orates o agentes de fuerzas externas, en países donde se imponían gobiernos restrictivos, políticamente hablando.
Estas difamaciones provenían de los omnipotentes que manipulaban a la justicia, al parlamento, a los cuadros de uniformados y medios de comunicación, en el marco de sus intereses sectarios y mezquinos.
“Lo que pasa es que los locos tratan de decirnos cosas incómodas que no queremos oír. La sociedad cuenta con los psiquiatras para silenciarlos” (1), se dijo, a propósito, hace aproximadamente 25 años.
Acciones que coartaron, flagrantemente, el libre ejercicio de pensamiento, consagrado en declaraciones de carácter universal. Atentaron, asimismo, contra los principios de la libertad de expresión, en sus diferentes prácticas. Fue, desgraciadamente, una constante permanente y sistemática, el descalificar y enlodar a quienes discrepaban con los designios de aquellos que se imponían, coyunturalmente, en las esferas gubernamentales.
Al escritor e historiador ruso Alekasandr Solzhenitsyn “lo acusaron de ser de la CIA” (2) por haber denunciado la existencia del Gulag, un campo de concentración en la marxista – leninista Unión Soviética.
Esta realidad corresponde a determinados tiempos y pueblos. Y a regímenes dictatoriales, para ser más precisos, con un definido tinte político. Y es que el propósito siempre ha sido acabar o, por lo menos, ahuyentar a todos quienes se oponían a los sistemas que conculcaban las libertades ciudadanas.
Esta suerte han corrido los espíritus creadores por hacer conocer sus inquietudes, que reflejaban la situación política de sus días, cargada de profunda preocupación, de incertidumbre y zozobra. Con esa labor intelectual marcaron rumbos que disentían con las palabras y con los hechos de quienes creían ser dueños de sus pueblos y, posiblemente, de la especie humana. Reiteraron, por lo visto, su repudio contra esos personajes que gobernaban con mano de hierro.
Hoy ocurre lo propio en ciertas dictaduras arropadas con ropaje democrático. Por consiguiente: la intolerancia, en éstas, ha pretendido siempre desbaratar la tolerancia, la razón y la convivencia civilizada, con medidas represivas y voces de intimidación. No olvidemos que por medio están los valentones y picaros tratando de hacer prevalecer sus ideales.
En estos países la insensatez prima en desmedro del entendimiento, de la paz y la unidad. Y el estigma de locos o agentes pagados por otras potencias no hace otra cosa que empañar la imagen y la reputación de los intelectuales comprometidos con la libertad y la justicia.
En suma: esa suerte han corrido, en dictadura, los pensadores, que sobre el mundo tenían otra visión.
(1).- Fernando Savater: “Thomas Szasz: La locura no es una excusa”. Presencia, La Paz – Bolivia, 30 de mayo de 1993.
(2).- Margarita Riviere de Babelia: “Hay que unirse para evitar la desgracia”. Ultima Hora, La Paz – Bolivia, 22 de agosto de 1993.
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