Cuando era joven y estudiante en Viena, Karl R. Popper (1902-1994) tuvo una experiencia traumática. El partido más importante de la izquierda, antecesor del comunista, organizaba manifestaciones violentas contra el gobierno, calculando fríamente que algunos manifestantes serían víctimas fatales de los choques con la policía. El partido, en el fondo, contaba con esas muertes, que servirían para soliviantar a las masas de obreros. La izquierda radical actuaba según el principio: “El fin justifica los medios”. Por ello Popper rechazó la llamada de Karl Marx a cambiar radicalmente el mundo, pues esta apelación se basa en ese terrible principio. Se puede decir que la obra popperiana está dirigida contra los grandes experimentos sociales que abarcan la modificación de todas las esferas sociales, como fue el caso de la Revolución Socialista en la Unión Soviética.
Según Popper la profecía marxista no logró dar cuenta del desarrollo histórico real: el socialismo en el poder a partir de 1917 tuvo una tarea doble que no llegó a cumplir satisfactoriamente. Por un lado la revolución en Rusia trató de industrializar, urbanizar y modernizar el país a marchas forzadas, y el resultado fue un desarrollo global que no fue innovador en el sentido científico-tecnológico. Siempre anduvo a la zaga de la evolución técnica y económica de los países occidentales. En segundo lugar el experimento socialista estableció un sistema totalitario de gobierno que limitó severamente los derechos humanos y libertades públicas: un absolutismo premoderno. Para Popper este modelo no significó un avance en las libertades humanas con respecto a lo ya experimentado en el ámbito occidental.
Otro paso argumentativo de Popper pone en cuestionamiento la posibilidad de construir un mundo sin alienaciones y sin jerarquías sociales, donde, además habría desaparecido el aparato coercitivo del Estado. El experimento de la Unión Soviética demostró sobre todo que es imposible edificar una sociedad perfecta sin el aparato estatal, sin jerarquías sociales y sin las alienaciones modernas, y todo ello en medio de un contexto mundial donde hay que competir con Estados nacionales. Popper creyó que el régimen de la Unión Soviética nos mostró la falacia de la profecía marxista: las premisas analizadas por Marx sobre todo el análisis de la sociedad capitalista del Siglo XIX no nos permiten deducciones para el presente.
En contraposición a Marx, Popper desarrolló la concepción de la sociedad abierta, cuyos rasgos fundamentales fueron puestos por diferentes culturas cuando superaron el estado tribal. Popper llama explícitamente sociedad cerrada a la que él considera “mágica, tribal o colectivista”. La sociedad abierta, en cambio, es aquella en que los individuos deben adoptar decisiones personales. La sociedad cerrada es comparada a un organismo: sus miembros se hallan vinculados y determinados por nexos “semibiológicos”: el parentesco, la convivencia cotidiana, la participación equitativa en trabajos, peligros, alegrías y desgracias. No son vínculos abstractos como la división del trabajo, los contratos, los que nacen de la participación en el aparato estatal y otros derivados de instituciones que funcionan según reglamentos generales. En la sociedad abierta muchos de sus miembros se esfuerzan por elevarse socialmente y pasar a ocupar los lugares de otros miembros mejor situados. Solo en las sociedades abiertas hay lucha de clases. En cambio las sociedades cerradas son como organismos vivientes, donde todos los miembros tienen una función predeterminada por unas pocas leyes que no admiten debate o modificación. Sus instituciones son sacrosantas: están protegidas por tabúes religiosos que no pueden ser transgredidos fácilmente.
Vista así la sociedad abierta, liberal-democrática y moderna no es de ninguna manera algo perfecto, y por lo tanto debe ser sometida a una crítica permanente. Esto es lo que Marx no vio ni valoró convenientemente cuando despreció todos los mecanismos de la democracia liberal de su época. Otro error de Marx consistiría en concebir al proletariado como una clase fundamentalmente distinta de todas las otras, es decir sin ambiciones personales, sin anhelos de explotación y sin rencillas internas. Popper supone que los individuos que componen el proletariado son fundamentalmente iguales a aquellos de las otras capas sociales. En el caso hipotético de que los proletarios conquistasen el poder supremo, su régimen político engendraría rápidamente jerarquías internas y relaciones de dominación y subordinación. Lo más probable sería la repetición de fenómenos históricos, porque los individuos que constituyen el proletariado tienen básicamente los mismos valores de orientación de la sociedad precedente.
Por todo lo expuesto: Popper sostuvo que el marxismo enaltece un orden social premoderno, totalitario y relativamente simple, que no está a la altura de los desarrollos tecnológicos, institucionales y políticos que se ha alcanzado desde el Siglo XIX.
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