La búsqueda de una paz concertada, consensuada y duradera, en el tiempo y espacio, recae en la responsabilidad de quienes están involucrados en el embrollo, que representa el enclaustramiento boliviano, cuya sola mención provoca incertidumbre continental.
Consecuentemente, que nadie actúe con subterfugio en este tema. Que todos, bolivianos y chilenos, derechistas e izquierdistas, oligarcas y desposeídos, pongan de su parte esfuerzo, compresión y desprendimiento, a fin de invocar la paz, en esta región. Obviamente que existen, acá y allí, sectores reacios, que alimentan visiones diferentes.
Nos referimos a la paz que está ausente hoy, la que está proscrita por la testarudez de siempre. La paz que no encuentra su asidero, en más de 130 años de enemistad boliviano – chilena, para encauzar sus objetivos. Ella debe retornar remozada, renovada y revitalizada, como signo de reconciliación, con miras al futuro.
“Para que la paz sea duradera -aunque nada en este mundo es duradero o permanente- debe ser moderada y justa, hasta donde la previsión humana lo permita”, escribió Sir Arthur Nicolson (1).
La búsqueda de la paz, ante todo y sobre todo, en consulta con los intereses de ambas naciones, es el imperativo de la hora. No hay otro por el momento. Acá se trata de promover el espíritu de la vecindad amistosa.
La paz entre dos países en conflicto se impondrá más temprano que tarde, con la debida solución de asuntos pendientes, que se arrastra desde 1879.
De veras que tanto Bolivia como Chile tienen la obligación de contribuir al restablecimiento de la paz en el Cono Sur. Sólo ella nos permitirá despejar temores, infundados inclusive, muchas veces. Temores que ahuyentaron, como siempre, todo empeño de acercamiento bilateral. Y generaron, como bien sabemos, suspicacias y enconos.
Entonces emergerán los nuevos lineamientos de convivencia, devolviendo la confianza y tranquilidad a la comunidad internacional. Pues ellos serán el fruto de la voluntad política de sus pueblos y gobiernos.
Que no sean instancias extrañas que traten de imponer, en este punto de la geografía sudamericana, una paz forzada y ajena a la realidad histórica de estos dos vecinos.
En suma: del esfuerzo mancomunado de los países en conflicto surgirá una paz fortalecida.
(1) Kenneth W. Thompson: “Moralidad y política exterior”, NOEMA Editores, México, 1984. Pág. 29.
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