Carlos Chalup
La demanda de Bolivia contra Chile en La Haya podría esconder un “efecto boomerang”, una trampa de la diplomacia trasandina destinada a copar territorios bolivianos y, en último término, a balcanizar el país.
El triunfalismo en el Palacio Quemado y la ingenuidad en amplios círculos de la sociedad civil no han dejado hasta ahora analizar el tema con la suficiente objetividad, algo que necesariamente debe contemplar la capacidad estratégica y geopolítica demostrada durante largo tiempo por la élite diplomática chilena.
El bombardeo propagandístico del gobierno del MAS se ha enfocado en mostrar a la ciudadanía sólo la mitad de la foto, la mitad de un pedido de negociación que, en su parte escondida, incluye la claudicación de la soberanía nacional sobre espacios geográficos tan vastos que dejarían al tirano Mariano Melgarejo como un simple aprendiz de la entrega territorial.
Cuando la Cancillería en manos de Choquehuanca o ahora de Huanacuni pide una negociación para “cumplir lo ofrecido”, se está solicitando un mandato para que se concrete un canje territorial similar al tanteado por los generales Pinochet y Banzer en el famoso “abrazo de Charaña”: hablamos de la compensación de una franja de tierra y mar de Chile (extensa, contando el acceso mínimo hasta las aguas internacionales en el océano Pacífico) por otra equivalente en Bolivia.
Hay fuertes razones para suponer que el objetivo de la diplomacia chilena no son Los Lípez en Potosí ni las aguas del Silala, sino un corredor que conecte a su país con la cabecera de la Hidrovía Paraná-Paraguay y con el Brasil, lo que a su vez conllevaría facilitar su conexión con el océano Atlántico.
Esto implicaría hacer realidad el sueño pinochetista de un “Chile altiplánico” e incluso atlántico, en una jugada geopolítica maestra que rompería el enclaustramiento del vecino país detrás de la cordillera andina, llevándolo hasta el corazón del subcontinente.
Para cualquiera que tenga dos dedos de frente, es evidente que la presencia de un corredor chileno en medio del territorio boliviano tendría efectos devastadores sobre la integridad nacional. Imaginemos lo que pasaría si provincias o departamentos enteros quedaran al sur del corredor y se produjesen motines contra el gobierno central. ¿Podrían pasar libremente las fuerzas militares bolivianas por el área cedida a Chile?
Por lo que se sabe, otra de las cartas que estaría barajando Chile para los escenarios pos-La Haya sería la creación de dos franjas multinacionales (o plurinacionales, como le gustaría decir a Evo Morales): una trilateral entre Chile, Perú y Bolivia al norte de Arica, y otra pentalateral de Chile, Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil, llegando hasta la cabecera norte de la Hidrovía.
Una solución que le ganaría a los estrategas mapochinos más de un aliado regional y que impulsaría fuertes tendencias a la disgregación al interior de Bolivia.
Quien crea que esto es pura especulación no tiene más que revisar los antecedentes: en el “abrazo de Charaña”, la iniciativa del canje provino del propio Pinochet, quien buscaba poner a Bolivia en medio del potencial conflicto bélico que diseñaba otro dictador, el general Velasco Alvarado en el Perú, armado hasta los dientes por la Unión Soviética con el objetivo de “recuperar las provincias cautivas” de Arica y Atacama.
En ese entonces, la maniobra funcionó a la perfección y una vez que se acallaron los tambores de guerra con Perú el acercamiento con Bolivia fue congelado.
Ahora, los diplomáticos trasandinos ponen “Poker Face” y hasta se hacen los preocupados, mientras se frotan las manos a la espera de que los tribunales internacionales los obliguen a expandirse hacia el Heartland sudamericano.
La trampa chilena está activada y Evo Morales corre hacia ella mientras ve únicamente sus intereses electorales de corto plazo, sin percatarse de que una victoria pírrica en La Haya podría convertirlo en el peor traidor a la Patria.
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