Economía de palabras
Cuando se derrumbó el imperio soviético, entre 1989 y 1991, fue también un espectáculo de millonaria corrupción, como ocurre ahora, cuando se desploma la red de gobiernos populistas que controlaba Sudamérica.
Yegor Gaidar, el primero en ocupar el cargo de primer ministro de la nueva Rusia, cuenta en su libro “State & Evolution” que aquello fue una verdadera privatización, pero no mediante una licitación, sino por apropiación directa.
Su tesis es que la URSS fue derrotada por la propiedad privada, un derecho que había sido abolido por los soviéticos con tanto empeño como lo habían hecho los anteriores zares.
Fue el impulso de la propiedad privada el que desmanteló a la superpotencia, un impulso que estaba anidado en los corazones y las mentes de los jerarcas soviéticos. Setenta años de existencia de la superpotencia habían servido para crear empresas que luego, excluyendo las deficitarias, fueron transferidas, no, apropiadas por los jerarcas. La gran madre patria socialista había servido, al final, solo para esa gran rifa.
Es decir que toda esa historia de la revolución, de la dictadura del proletariado, de los medios de producción en manos del pueblo, de la guerra contra el capitalismo, todo, terminó siendo una farsa.
Si lo diseñaron así los fundadores de esta ideología, o no, casi no importa. Los frutos cayeron en las manos de los corruptos de la jerarquía del partido.
Aquí, en nuestra geografía, los corruptos de esta corriente populista que ahora se derrumba mostraron mucha más prisa. La privatización de los ingresos fue inmediata, simultánea. No esperaron setenta años, ni siquiera setenta días.
Lula da Silva fue víctima, según los testigos de sus dos gobiernos, de la corrupción, pero de una corrupción del tamaño de Brasil. Un solo corrupto del sector petrolero, ni siquiera de la jerarquía burocrática, “devolvió” 100 millones de dólares, lo que da una idea de las magnitudes.
De nada sirve que sus amigos digan ahora que Lula sacó de la pobreza a 30 millones de brasileños, porque todos saben que eso fue consecuencia exclusiva del boom de los precios de las materias primas. Los asiáticos, los africanos, y todos los latinoamericanos se beneficiaron con esos ingresos.
Los sobrevivientes de esta corriente deberían callar y partir.
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