Mucho me temo, aunque personalmente no quisiera que así sucediera, que la vigilia más triste y larga, extenuante, será para Bolivia la que sobrevendrá después del fallo de la Corte Internacional de La Haya, en el supuesto caso de que nos sea favorable.
La diplomacia chilena, óptimamente constituida al margen del gobierno de turno y sin improvisaciones, diseñará -si acaso no las tiene ya- mil y una excusas destinadas a obstaculizar y demorar la posibilidad de celebrar un acuerdo entre ambos países, respecto al tema de la restitución de la cualidad marítima de nuestro país a las costas del Pacífico, que un día pertenecieran a la integridad territorial boliviana, avasallada y usurpada en guerra de conquista.
No se olvide que aparte de Bolivia y Chile entran en juego intereses nacionales de un tercer país, la hermana república del Perú, otra víctima del despojo en menoscabo de sus derechos.
Aparte de ello, la verdad sea dicha, el gobierno nacional durante los últimos años ha desplegado una política errática y ambivalente, por decir lo menos, en sus relaciones con el gobierno del país trasandino, puesta de manifiesto mediante comentarios ácidos, alejados del equilibrio y sostenibilidad activa y eficiente que debiera regir la diplomacia entre los pueblos y que no encarnan el ambiente de paz y armonía que debe prevalecer para dialogar. Hay un exceso de improvisación y vehemencia, sin medir resultados que en breve y mediano plazo entorpecerán la fase de negociaciones que necesariamente emergerá del esperado fallo.
Por otra parte, ¿para qué tanto bombo y platillo, antes de que se emita…? ¿Tantas idas y venidas hasta acabar los zapatos, con suelazo de nuestros bolsillos? Es un asunto de real interés, ciertamente; pero al exagerar la nota se atenta contra el tratamiento imparcial y libre de presiones que demanda la resolución de tan prestigiosa Corte.
Debido a lo anotado, la política exterior ingresará a un periodo no sólo de enfriamiento -después de tanto ardor en el intercambio verbal de uno y otro lado de las posiciones en conflicto- y más bien de nomeimportismo en el futuro por parte del gobierno chileno; quedando la situación en statu quo, en evidente retroceso.
Pasarán años hasta que se pueda bajar la tensión, la alta tensión, y las partes con otros actores se serenen y se sienten a dialogar en paz, comprensión y entendimiento, premisas básicas que no se improvisa ni consigue con insultos.
El fallo no será la lámpara de Aladino que solucionará mágicamente el problema, como algunos suponen, y en realidad pertenece a Las mil y una noches que habrá de durar la espera. Sólo corresponde aguardar, por tanto, el paso de los días sin caer en el desconsuelo que hiere el alma de la patria. El tiempo al fin fragua las heridas y todo lo cura; sin embargo, ¿cuánto habrá que esperar, a fin de mitigar la sed de justicia y encontrar la fórmula adecuada?
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