Este 2018 se recuerda 100 años de la Reforma iniciada por la Federación Universitaria de Córdoba, con su famoso Manifiesto. El eco de los reformistas cordobeses parece aún retumbar en las aulas de la Universidad Latinoamericana a un siglo de su lanzamiento, para sacudimiento permanente de la conciencia de docentes y estudiantes. El manifiesto de Córdoba es también una bella página literaria y de contornos épicos revolucionarios.
“Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno Siglo XX, nos ataba a la dominación monárquica… Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan…”. La brillante proclama enfoca el totalitarismo docente -una de las grandes motivaciones del movimiento- al que enrostra “una especie de derecho divino”, reproductor de los moldes tradicionales afincados en la formación profesional, atribuidos a la influencia de la Iglesia y a personajes insustituibles de la cátedra.
La conquista fundamental de la Reforma fue la Autonomía Universitaria, entendida como liberación de la dependencia estatal. La Autonomía debería traer consigo el cogobierno docente, estudiantil y de los titulados. Paralelamente, la selección de sus docentes, la elección de sus autoridades, la dotación de sus programas y planes de estudio, la aprobación de su Estatuto y la administración de sus recursos. Estos objetivos no fueron logrados de hecho y en una sola vez, sino progresiva y paulatinamente según el talante de los gobiernos.
Figuras descollantes de América acompañaron al movimiento estudiantil. En nuestro país se puede nombrar al político y profesor José Antonio Arze como gestor indirecto y a Daniel Sánchez Bustamante, artífice material de la Reforma en Bolivia. La ejemplar actitud cordobesa despertó en Latinoamérica la inquietud reformista demandada en sendos congresos estudiantiles. Así en 1919 se implantó en la Universidad de Montevideo, en Santiago de Chile se adhirió en 1922, en Colombia en 1922 y 1924, en 1931 en Perú y sucesivamente en el resto de las principales universidades. México en 1929, pese al Primer Congreso Internacional de Estudiantes de 1921. Más tardíamente el Ecuador, 1937-38 y definitivamente Venezuela entre 1940 y 1944. Estos movimientos hicieron suyos los anhelos de reforma social, incentivados por las resonancias de la Revolución Socialista de Rusia y la Primera Guerra Mundial.
Con diez años de retraso adviene la Reforma a Bolivia. En 1928 se realiza la fundación de la Federación Universitaria Boliviana (FUB) y su primera Convención, aprobando su Programa de Principios. Este evento sin tratar propiamente la Reforma, más bien significó que “la estrata más cultivada de la clase media insurge en el campo de la política e intenta imprimirle su propio sello”, dice Guillermo Lora. No obstante, los Principios de la FUB no dejaron de reflejar las tendencias izquierdistas que circulaban en el continente. No pocos partidos progresistas -si cabe el término- nacieron por el impulso reformista universitario y no por otras causas según estereotipos que en nuestro medio son moneda corriente.
El derrocamiento de Hernando Siles en 1930 dio oportunidad a Daniel Sánchez Bustamante -dirigente liberal- de incluir la Autonomía Universitaria en el Estatuto de la Junta Militar de Gobierno de 29 de junio del mismo año, actuando como Consejero de la misma. La circunstancia le permitió cumplir sus promesas a los dirigentes estudiantiles. La Autonomía encontró ratificación popular por Referéndum de 11 de enero de 1931, sin embargo el Estatuto Universitario se debe todavía al Gobierno de turno.
El Estatuto de Gobierno de 1930 concibió la Universidad Boliviana como un todo, elevando “a la categoría de Central a la Universidad de Chuquisaca y creó el Consejo Supremo Universitario con sede en Sucre”. Esto derivaría en una especie de hegemonía que no tardó en ocasionar resistencias de las demás Universidades. La Constitución de 1938 al no mencionar el indicado Consejo Superior lo había derogado y la UMSA -con el acuerdo tácito de sus pares- se emancipó de toda tutela centralista, aduciendo también que supeditarse significaba descender de su calidad “Mayor” a universidad “Menor”.
Desde 1945 la Autonomía contempló intentos para darle fin. En 1945 el Gobierno de Gualberto Villarroel remitió a la Convención Nacional criterios por los cuales el Gobierno debía emitir el Estatuto Único de las Universidades, unificar los planes de estudio, supervigilar los aspectos económicos y la elección de rectores a propuesta en ternas separadas presentadas por docentes y estudiantes. En suma, la negación del sistema autonómico. Estos lineamientos no eran ocasionales sino correspondían a una determinada orientación política que, en los años 50, decidió la intervención física a las universidades del país, intervención fuertemente rechazada por el universitariado. Entre 1966 y 1971 se plantea una suerte de radicalización política extremista para dar lugar a la Universidad “militante”. La serie de gobiernos militares desde 1971 en adelante registran una acción represiva contra los cuadros “foquistas” incrustados en las Universidades.
Desde hace algunos años la juventud universitaria, otrora rebelde y contestaría al abuso de poder, sin distinciones ideológicas, hoy la tenemos adormecida por el mundanismo circundante, tornándola hueca de ideales y valores. Peso enorme que la oprime y a la Patria resta esperanza y futuro.
Si ensayamos un resumen, la Reforma Universitaria no sólo debe ser entendida como el logro de la Autonomía y los anexos que hemos enunciado, en condiciones institucionales independientes. Su origen no fue ajeno a la superación intelectual y científica para nivelarla con sus pares del Norte y de Europa, sino que también propendía un espíritu universitario vivificador. Los resultados de la reforma, sin duda, no son los mismos en el continente. En verdad son pocas las que destacan, mientras otras transcurren entre continuas elecciones de cambios y recambios de autoridades y de algaradas a base de tipismos folklóricos.
Datos de Universidad: Reforma y Realidad, Ed. Don Bosco, 1986, del autor de esta nota.
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