Nicómedes Sejas T.
Los líderes tradicionales o de la vieja guardia simplemente soslayan referirse a la descolonización, situando la acción política en una perspectiva de modernización liberal. El movimiento ciudadano apartidista, surgido en la ola de descontento provocado por el giro autoritario del gobierno de turno, se cuida de mancharse con el estigma de los partidos tradicionales, y en muchos casos nacidos en el seno de aquellos mismos partidos desacreditados.
En una coyuntura en la que empieza a asomarse una nueva crisis aún no se olvida las causas de la crisis de representatividad indígena-popular de comienzos del presente siglo, en la que los partidos tradicionales, impotentes o miopes para percibir la esencia de aquella crisis, sucumbieron ante la emergencia política del movimiento indígena, pero dejando que los socialistas ocuparan un papel de dirección, aparentando asumir los objetivos políticos de descolonización por los que generaciones de líderes indígenas lucharon contra el colonialismo interno.
Los socialistas que nunca pasaron de ser socios menores con gobiernos “neoliberales” terminaron en el bando triunfante con las prerrogativas de un aliado estratégico de un electorado mayoritariamente indígena. Los partidos tradicionales al parecer ni se percataron de que los socialistas empezaron a ganar preeminencia en el partido en ascenso hasta terminar ocupando lugares claves en la estructura del movimiento indígena y del nuevo partido en ascenso. Los líderes indígenas no tuvieron sosiego para discernir que los socialistas no eran más que la otra cara del indigenismo, responsables de la continuidad del colonialismo interno; en aquel momento era más importante continuar con el proceso de empoderamiento indígena hasta lograr que un par indígena llegara a la presidencia de Bolivia. La solución de la crisis de representatividad indígena-popular del sistema político tomó el curso del que se lamentarían hasta hoy aquellos mismos líderes de la partidocracia, porque de la alianza incluyente del MNR-MRTKL no sacaron ninguna lección, y en vez de profundizar las reformas democráticas descolonizadoras volvieron a sus viejas componendas simplemente electorales.
La simbiosis indigenista-socialista provocó otro bullido; la pugna interna entre los descolonizadores y los revolucionarios terminó favoreciendo a los segundos, y con él la oportunidad de imponer su estrategia de descolonización con el molde del socialismo del S. XXI, que subordina los intereses del movimiento indígena a la supuesta lucha antiimperialista; de modo que coyunturalmente el movimiento indígena y la descolonización han sido desplazados por el socialismo utópico. Estos socialistas intentan emular a los proyectos revolucionarios al adoptar su secante centralismo político (caudillismo) y una gestión económica sesgada ideológicamente con cierto pragmatismo en su relación con la economía global; tiene los mismos recursos que otros socialistas del continente (Cuba, Nicaragua y Venezuela), hegemonía, control de los órganos de poder, estatismo económico y desinstitucionalización democrática.
En Bolivia el “socialismo comunitario”, al pretender conducirse como gobierno revolucionario, arremete contra todo vestigio institucional republicano, como librando su batalla decisiva contra el Estado colonial y “neoliberal”. En este objetivo de desmontaje ha convertido al Estado en un aparato de transición, con el monopolio de imponer su voluntad partidaria por encima de la Constitución y las leyes –intervención violenta contra los marchistas en Chaparina, la modificación del Art. 168 mediante la SCP 0084 en contra de la voluntad popular del 21F con el único propósito de la re-re-reelección de los caudillos del MAS.
Los objetivos políticos de descolonización del movimiento indígena se han diluido en las contradictorias del partido de gobierno. Después de una década el partido de gobierno, al constatar la pérdida de su hegemonía (legitimidad), no halla otro medio para mantenerse en el poder sino manipulando su instrumento preferido, como el Tribunal Constitucional, dispuesto a dictar sentencias favorables al poder, sin importar que sean violatorias de la Constitución.
El “socialismo comunitario” se ha vuelto inviable, no puede ser revolucionario y tampoco descolonizador: no es posible la revolución socialista, como tampoco es posible la descolonización por la vía socialista.
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