¿España invertebrada?

José Ortega y Gasset se condolía en su España Invertebrada (1922) de la crisis que llevó al reino a perder los vastos territorios conquistados fuera de la península, y advertía con que así se había iniciado un proceso que terminaría por poner en riesgo su unidad dentro de ella.

A casi 100 años de entonces, los presagios del filósofo parecen empezar a cuajarse. La España de hoy muestra una realidad política y social donde la fragmentación semeja ser una nota común que amenaza con extenderse.

La crisis de Cataluña no da respiro al rey Felipe VI, al gobierno de Mariano Rajoy y a los tribunales españoles. La mitad de la población catalana, según encuestas, quiere separase del resto de España, mientras que la otra, que quiere seguir siendo española, ha asistido silenciosamente a un proceso independentista iniciado hace un lustro que no cuenta con ella. Pero que habla por ella.

Así, los secesionistas, que han ido cooptando casi todos los espacios de poder, dicen una y otra vez que representan a todos los catalanes. Pero callan las acciones que buscan invisibilizar a quienes quieren seguir siendo españoles.

Se multiplican los esfuerzos independentistas para imponer plenamente el catalán y arrinconar al castellano, pese a que ambas son lenguas oficiales en la región. El principal sindicato de maestros escolares de Cataluña se ufana de que el 70% de sus afiliados es separatista, mientras voces constitucionalistas, aquellos que quieren mantenerse en España, denuncian que esto obedece a que los independentistas cooptan a docentes afines a ellos. Cada vez es más difícil para una familia que tenga al castellano como lengua materna encontrar una escuela para sus hijos.

El problema del idioma, lógico sustrato de vinculación poblacional, se extiende hoy a Valencia, donde crece la influencia del separatismo catalán para lograr la escisión también de esa región. Busca alcanzar la unidad de “los países pancatalanes”, una abstracción sin asidero en la historia.

La fobia a España, sin embargo, tiene largo recorrido y se evidencia en otras regiones peninsulares.

En la Comunidad Autónoma de Navarra, se ventila hoy un juicio contra una cuarentena de personas acusadas de haber intentado linchar a dos guardias civiles y sus novias por el solo hecho de representar al estado español. La justicia debate si el crimen debe ser calificado como de terrorismo o de odio.

Ellos y su familias han recibido amenazas para que abandonen Navarra, pero las autoridades regionales -con excepción de las del Partido Popular y organizaciones menores-, marcharon hace pocos días en defensa no de las víctimas sino de los victimarios. El Partido Socialista Español (PSOE) y Podemos, fuerza de izquierda muy amiga del gobierno de Evo Morales, abanderaron la marcha al lado de representantes de partidos separatistas.

Podemos, además de defender a grupos vinculados a la banda terrorista ETA, también apoya las acciones desestabilizadoras de agrupaciones que reivindican a Terre Llure. Se trata de un grupo que cometió en los 80 numerosos atentados exigiendo la independencia catalana. La organización se disolvió en 1991, pero -hace pocos días- el muro de la casa de un periodista catalán constitucionalista apareció pintado precisamente con la inscripción “Terre Llure”.

Ortega decía que el proceso de desintegración avanzaría por culpa de unas cúpulas poco lúcidas y valientes. Y es muy posible que sea así: cuesta trabajo entender cómo es que los principales partidos constitucionalistas permitieron que las cosas llegaran hasta aquí.

Pero España ha dado siempre la talla ante los grandes desafíos que le ha impuesto el devenir. El pueblo español ha respondido en el pasado con generosidad y heroísmo ante la adversidad. Su desafío ahora es dar paso a dirigentes capaces de cambiar el curso de una historia que se muestra nuevamente aciaga.