II
Por la pertenencia inherente a la justicia, que debe demostrar todo juez en sus juicios y resoluciones, y si son realmente hombres de bien y se consagran a la práctica de la virtud de aplicar la norma jurídica en su correcta interpretación, seguirán diligentemente todo lo que prescriben, nítida y perceptiblemente, los condicionantes de la lógica jurídica formal: estudiar exhaustivamente, examinar uno por uno los hechos, fundamentar con pruebas para cada hecho y sistematizar con reglas la norma jurídica.
Una práctica cotidiana y disciplinada, que hará vivir a los jueces con un sentido de pertenencia el ejercicio de la justicia, es la conciencia moral y su proceso, que es inevitable en todo ser humano. Con ello estos jueces ideales, pero a todas luces posibles, preferirán inquebrantablemente sufrir una injusticia antes de hacerla. Así, no solo es una aspiración teleológica parecer un hombre de bien, sino serlo en realidad, tanto en público como en privado, siendo preciso que los jueces huyan de toda adulación, tanto respecto a sí mismos como respecto a los demás. Y jamás deben dejarse embelesar por la retórica aduladora y vacía de contenido y prebendas, que es tan frecuente en los tribunales de Bolivia y Sudamérica, y cuyo origen es la ausencia de formación profunda en el Derecho, la ética y la deontología.
Por ello, si el Derecho constituye el orden de la comunidad, es tarea de la justicia tenerlo a salvo y restablecerlo cuando no forman una ordenación verdadera e idónea de la justicia. Esto último sucede en la actualidad en nuestro país, por la pereza o falta de conocimiento jurídico de los asambleístas que no incorporan, como una obligación inderogable, las diferentes modificaciones modernas que son creadas en los diferentes códigos sustantivos, precisamente por la presión de las sociedades modernas y de la juventud.
Esta negligencia y no otra, es consecuencia de disponer de códigos desfasados en función a la necesidad de la población y sobre todo del estamento de los jóvenes, que hoy enfrentan exigencias existenciales muy difíciles y complicadas que trastornan sus vidas, como ser: las drogas, el narcotráfico, la trata de blancas, alcoholismo, abortos, opción de género, ausencia de diálogo intrafamiliar, presencia de la violencia y altísima competitividad universitaria y en el ejercicio de la profesión y, finalmente, suicidios. Es un espectro totalmente diferente y aterrador a la paz que reinaba en los espíritus de los jóvenes de hace 40 años o menos.
La retórica aduladora y falsa que deben desterrar los abogados en los juicios orales y también en los escritos, conducirá a fundamentar las defensas y propugnaciones, sin concesiones que les hagan perder de vista la finalidad suprema, que es hacer prevalecer en su espíritu la diligencia en buscar los medios para que esa justicia consolidada en los códigos tenga siempre prevalencia; haciendo nacer con esa sabia actitud la confianza de la población en la justicia, como valor absoluto para el reforzamiento del orden social.
El autor es abogado corporativo, Docencia en Educación Superior, Derecho Aeronáutico, Filosofía y Ciencia Política (maest), escritor.
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