Carlos Sánchez Berzaín
Falsedad, engaño e impunidad son algunos de los elementos esenciales del traspaso de poder que se acaba de escenificar en Cuba. No se trata de un hecho político sino de una nueva cadena de delitos para continuar controlando Cuba como Estado, sometiendo a su pueblo y dirigiendo desde ahí la más importante red de delincuencia organizada transnacional que utiliza la política como cobertura. Cada paso del llamado “traspaso de poder en Cuba” prueba los “delitos graves” que comete el “grupo estructurado” de crimen organizado que detenta el poder político.
Falsedad es la falta de verdad, es el “delito consistente en la alteración o simulación de la verdad con efectos relevantes, hechas en documentos públicos…”. Engañar es “hacer creer a alguien que algo falso es verdadero”, es “producir ilusión” o sea, imagen sin verdadera realidad. Cuando quienes cometen delitos, engaños y simulaciones que violan los derechos humanos y someten a un pueblo para cometer más crímenes en el ámbito internacional, se mantienen sin castigo, estamos frente a la impunidad.
La falsedad como elemento esencial del régimen castrista en Cuba se prueba en las denominadas “elecciones” para la asamblea del poder popular en Cuba realizadas el 11 de marzo de 2018 que presentan como “elecciones parlamentarias” con 8.639.989 inscritos de los que votaron 7.399.891 que por el 94,42% “eligieron” 605 diputados que a su vez “eligieron” a los miembros el Consejo de Estado, al Presidente y al Vicepresidente por un promedio de 99.83%.
Es la prueba de los delitos de falsedad, falsificación y suplantación, porque para que haya “elección” debe haber “libertad de obrar” y “elegir es escoger o preferir a alguien”, lo que no existe con un partido único, con candidatos digitados en listas oficiales, sin libertad, con represión, presos políticos, sin oposición, en un sistema de control totalitario. En Cuba no hay elecciones. Lo que el régimen falsifica como elecciones es simplemente la secuencia de sus delitos, buscando hacer creer que en Cuba se puede “elegir” cuando en verdad un pueblo oprimido -no ciudadano y bajo presión- solo es forzado a las órdenes y designios de los detentadores ilegítimos del poder.
Toda esta falsificación es para hacer otro fraude consistente en instalar bajo la denominación de “presidente” a un operador que cumpla parcialmente las funciones que por cuestiones de edad y de salud no puede ya realizar el jefe de la organización Raúl Castro, quien a su vez recibió su posición por sucesión forzada por la enfermedad y posterior muerte de Fidel Castro.
¿Puede haber presidente en un estado en el que no hay “elecciones libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo”? Claro que NO. Solo es otro notable ejercicio de engaño el tratar de presentar como “presidente” a un “dictador”, y en el caso de la imposición de Miguel Díaz-Canel parecería que se trata de un amanuense del dictador deteriorado.
Lo actuado en Cuba podría ser una comedia exitosa si no tuviera el gravísimo efecto de oprimir a cerca de once millones y medio de cubanos, de manipular y sostener con mismas prácticas delictivas los regímenes de Venezuela, Bolivia y Nicaragua (señalados como narcoestados), además de amenazar con terrorismo, desestabilización, secuestros y crímenes a los gobiernos democráticos. En plena revolución comunicacional, el castrismo pretende presentar como transición, elección y nuevo presidente la simple operación de ajuste de su cúpula para seguir delinquiendo bajo el disfraz de la política y del Estado que controlan.
La literatura y la información pública indican que cuando en la mafia el capo envejece o se inhabilita, se produce una reunión de las familias que por medio de sus representantes “eligen” al sucesor que el capo ha señalado previamente. El capo envejecido mantiene el poder y el capo sucesor opera bajo sus instrucciones y protección. La función del capo envejecido es la del poder real porque controla a los jefes de los clanes familiares de la mafia y el objetivo es una transición generacional suave entre mafiosos, pero no un cambio ni de sistema ni del objeto de los negocios criminales que manejan. ¿Hay diferencia entre el procedimiento de la mafia y lo que estamos viendo en Cuba?
Las democracias del mundo lo saben. La esperanza es que se den cuenta del peligro que para ellos mismos representa un traspaso de poder como acción de crimen organizado.
De Diario las Américas, 22/4/2018.
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