I
Las relaciones exteriores son el conjunto de habilidades para el manejo de los asuntos públicos de un Estado en otro, y se ejerce por un grupo de gentes reconocidas, de nivel intelectual en su país, designadas en otra nación. Sus armas son la fortaleza documental; la razón, la preparación intelectual, la sutileza, el don de gentes, la mesura, y los buenos modales, y los funcionari@s que las ejercen deben ser siempre espíritus capaces de conseguir limar asperezas y encontrar puntos de contacto en donde prevalece la frustración, el desacuerdo o el antagonismo.
El lenguaje diplomático es, en esencia, una forma de expresión que siempre da la oportunidad de quedarse por debajo de la exasperación, cuando ese proceder conviene a los intereses del Estado al que se representa. Hay que tener presente que en todo comunicado diplomático, siempre hay algo “entre líneas” para interpretar, que revela el verdadero significado de lo que se quiere decir. “Los actores saben de antemano que los signos son opacos, peligrosos, falaces y la comunicación pública está, por su naturaleza, expuesta al riesgo de la inexactitud «Melior est, quam verba, locutio», del discurso de San Agustín” (Marcelo de la Torre - 2003), así que cavilan hondamente antes de hacerlo público en nombre de una nación.
El candoroso desliz de introducir elementos de la política interna en la conducta diplomática –injustificable, por cierto - le puede ocasionar a un Estado (como en el pasado a Bolivia) un derrumbe de incalculables proporciones, mucho más hoy, tan cerca del dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya y con dos asuntos en curso. El ejercicio de las relaciones exteriores bolivianas debe apuntar a dejar de ser un canto de sirenas y está obligado hoy a una actuación impecable, llena de solvencia y serenidad, a riesgo de traspapelar la estupenda oportunidad que han originado las gestiones que el presidente Morales ha llevado a cabo en los últimos años.
Bolivia debe construir hoy, más que nunca, escenarios bi y multilaterales lúcidos y vigorosos, si no quiere malgastar la excepcional coyuntura táctica por la que transita. Cada misión en los países limítrofes debe estar integrada por 20 o 30 funcionarios de alto nivel intelectual. Esto no quiere decir que se retire a los actuales agentes próximos a la carga ideológica vigente. Los “guerreros del amanecer” (varios de ellos dirigentes sindicales, folcloristas, asesores, ex funcionarios, agitadores camuflados de compatriotas nativos y un largo etcétera) deberán seguir al pie de la letra el propósito de sus nombramientos, sin duda, pero detrás de ese canto de sirena ancestral y respetable, deben ser escoltados por emisarios eruditos y sutiles, con la finalidad de encaminar el destino de las relaciones exteriores hacia un fin más prometedor. “Asesores” con misiones mayores a 4 años sin repliegue y con rangos de ministros consejeros bien remunerados, silenciosos si es voluntad del Ministerio de Relaciones Exteriores y velados a espaldas de los titulares de la prensa, pero con tareas reflexivas y puntuales que, sin duda, añadirán lucidez y renombre a las misiones nacionales, especialmente a aquellas donde los intereses bolivianos son considerables. Y que además de las khoas, challas, apthapis, wuajtas y wilanchas, patrocinen con solvencia, conjunta y discretamente, las causas bolivianas en el exterior, hoy tan urgidas de ideas que germinan invariablemente de los estudiosos. De los 282.438.299 millones de bolivianos presupuestados (2015), algo quedará para remunerar a algunas decenas de pensadores que Bolivia necesita con urgencia. Y si no quedan (especialmente luego de las visitas masivas de 150 funcionarios a los eventos internacionales) debe presupuestarse con cargo de urgencia. El destino de Bolivia así lo demanda.
Al respecto, Perú, Chile y Argentina están en los primeros lugares, China, Japón, Brasil, EEUU, Comunidad Europea y sus estados, Argentina, Uruguay Paraguay a seguir. Colombia, Ecuador y Canadá.
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