El Papa Francisco, siempre oportuno, pidió que los cristianos “no deben enmudecer ante las injusticias” que son parte de la vida diaria de los pueblos. La frase es clara cuando hace memoria de la resurrección de Jesús, cuando “las piedras empiezan a gritar que Jesús ya no está en la tumba porque ha resucitado”. Jesús al ser sacrificado hizo que Dios perdone los pecados de la humanidad y abra las compuertas de Su reino.
El Papa, al referirse a las injusticias no solo hizo mención a la gran injusticia cometida con Jesús, sino que, a través de los siglos, el ser humano sufre todo tipo de contrariedades que lastiman su vida, que dañan profundamente su espíritu y que le restan esperanzas porque son injusticias políticas, económicas y sociales; injusticias que lastiman al ser humano, que lo separan de los grandes beneficios alcanzados por la ciencia, la educación y la tecnología. Países viven postrados en la pobreza porque para los ricos y desarrollados, que han alcanzado altos índices de desarrollo y progreso, parece que poco importara lo que ocurre, más o menos, en un 65% de la población mundial que vive en condiciones lamentables.
Cuántas veces ha ocurrido, luego de la Resurrección de Jesús, que los gobernantes del mundo han pensado muy poco en que los derechos de los hombres son sagrados y deben ser respetados; que sus necesidades de buena salud, alimentos, educación y atención permanente ante sus angustias deben ser colmadas por quienes tienen en demasía. Cuántas veces el rigor de las armas se ha cernido sobre la vida de niños, mujeres y ancianos que han sido víctimas propicias. Cuánto han sufrido muchos países por la acción del terrorismo que, fanatizado por ideologías injustas, no vacila en causar sufrimientos y muerte.
El que “las piedras empiecen a gritar” se ha hecho algo normal, no solamente para llamar la atención de quienes pueden solucionar los graves problemas ocasionados por las guerras que el armamentismo desencadena en diversos sitios, sino por el clamor de pueblos que adolecen de lo más necesario, pueblos que viven postrados en la miseria y que solamente esperan la muerte para calmar sus angustias y dolores, como ha ocurrido en Biafra el año 1968 y luego en muchas regiones del orbe; males que no deben ser enmudecidos por la injusticia.
El Papa Francisco es consciente de todo el dolor de la humanidad, al que parangona con el sufrimiento de Cristo; él, como Vicario de Cristo, muestra caminos que la soberbia y petulancia humana no quiere aceptar; muestra que sin caridad ni práctica de valores y principios, el ser humano busca su perdición. Últimamente ha pedido que los jóvenes no reciban como herencia los productos de la guerra, que ellos, como juventud, tienen derecho a vivir plenamente, pero dentro de los cánones del amor, la concordia y la unidad, principios que les permitirán tener a todos los pueblos una vida más sana, límpida y responsable.
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