La tensión que estalló en Nicaragua hace dos semanas no se ha disipado y, con las esperanzas en un diálogo aún incierto intermediado por la Iglesia Católica, el país centroamericano busca reponerse del sacudón que liquidó la imagen que los dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional propalaban de un país tranquilo abocado a desarrollarse en el marco del Socialismo del Siglo XXI, el único bastión centroamericano de esa corriente. El estallido causante de decenas de muertes ha sido visto como una confirmación de que el anochecer avanza para los países embarcados en el experimento de buscar un rostro renovado para el socialismo marxista en el continente.
Daniel Ortega fue elegido por tercera vez hace dos años, tras la implantación de la reelección indefinida por un congreso de legisladores dóciles a su partido, el Frente Sandinista de Liberación Nacional. La estabilidad de su país parecía asegurada con un crecimiento estable de su economía (4.9% del PIB el año pasado, con una previsión del 4.4% para este año). Los nicaragüenses parecían aceptar las restricciones impuestas por el régimen, en particular a la libertad de prensa, a cambio de una economía sin grandes sobresaltos. La apariencia de esa tranquilidad se hizo astillas cuando, urgido por recursos para cubrir los gastos fiscales, apretó el cinturón en los gastos sociales y, entre otras medidas, dispuso una reducción de las pensiones jubilatorias. Fue la gota que rompió las apariencias de tranquilidad. Al día siguiente, miles de jóvenes estaban en las calles y al cabo de una semana de protestas, con barricadas e incendios en edificios públicos, los medios contabilizaban entre 40 y más de 60 muertos, un balance desconocido desde los tiempos de las luchas contra la dictadura de Anastasio Somoza.
Dicen los observadores que la mecha estaba encendida desde hacía al menos dos años, cuando sectores importantes de la economía comenzaron a encogerse y las arcas del Estado vieron restringida la ayuda venezolana que llegaba a través del petróleo subsidiado. Se acababa la época de la gran bonanza de precios y comenzaba una de depresión.
La furia de las protestas hizo retroceder a Ortega, quien por primera vez se vio ante multitudes que reclamaban no solo contra los reajustes sino contra sí mismo y contra su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo. Le pedían que se fueran. Hizo lo único que razonablemente podía y abrogó el decreto. En estos días todos aguardan saber qué propondrá, pues las apreturas financieras que causaron las medidas no han desaparecido.
Las tribulaciones nicaragüenses son seguidas con aprehensión por Venezuela, donde cualquier nueva baja en las filas del Socialismo del Siglo XXI sería una amputación mayúscula en el campo externo, en el que carece de aliados, excepto Bolivia y Cuba, además de la propia Nicaragua. Ya visto a su alrededor sin atenuantes como un dictador implacable, Nicolás Maduro ha contemplado impotente el torbellino que amenaza al régimen Sandinista. Sin nada práctico para ofrecerle, el presidente Evo Morales viajó de Lima a Caracas para saludarlo, cuando aún retumbaba el eco de las condenas que había recibido Maduro en la Cumbre de Las Américas. Con ese gesto pareció poner un candado a su propio aislamiento en el continente. En términos tangibles, carecía de efecto cualquier expresión de solidaridad que hubiese tenido hacia el líder nicaragüense. Además, debía concentrar la atención en UNASUR, inerte tras el abandono de Brasil, Argentina, Chile, Paraguay, Perú y Colombia justo cuando Bolivia asumía su conducción.
No estaba aún claro del todo si la salida de esos países, que financieramente deja a la intemperie al organismo continental, tenía relación directa con la defensa que el presidente Morales hizo de Maduro ante sus colegas en Lima. UNASUR nació en 2004, pero cobró vida institucional con un informe sobre los sucesos en Pando cuatro años después, cuando exoneró de toda culpa al gobierno y responsabilizó a quienes se le oponían. Diez años, después Bolivia se encuentra ante la misión gigante de reanimar al organismo sudamericano o de pronunciar el responso para la mayor empresa institucional sudamericana.
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