Un presunto crecimiento del sector agropecuario del país podría generar un millón de empleos por proyectos agropecuarios, según optimistas anuncios oficiales. Sin embargo, esa información no es concreta y, por su carácter ambiguo y nebuloso, se puede considerar que tiene poca base de credibilidad, pues se basaría en especulaciones burocráticas.
Informaciones del Instituto Nacional de Estadística (INE) confirman, por un lado, que la caída de los precios internacionales de materias primas que exporta Bolivia (y de las cuales depende hasta tres cuartos) cayeron en proporción de alrededor del 50 por ciento en comparación con tres años atrás, tanto que el PIB sufrió descensos notables y el año pasado no llegó ni al 4 por ciento.
En todo caso, esas afirmaciones se caracterizan por su ambigüedad, ya que si se las observa en forma concreta tienen otro contenido. En efecto, mientras la agricultura oriental se desarrolla en forma sostenida en varios sentidos, la zona occidental está de caída sostenida y hasta tiende a desaparecer y donde la agricultura indígena ha dejado de cultivar unas 500 mil hectáreas de tierras desde hace varias décadas. Es más, millares de indígenas que antes cultivaban alimentos han migrado a las ciudades y el exterior, creando, además, otro tipo de problemas.
El problema campesino en occidente es, al parecer, irreversible, porque los indígenas han sido privados de casi todas las formas de renta territorial y otros derechos democráticos. En cambio, en cuanto a la agricultura oriental, el gobierno le facilita grandes dosis de colaboración económica, financiera y técnica. Inclusive esa diferencia en el trato tiene contenido notable de discriminación y racismo.
No se debe dejar de considerar que también en el oriente el progreso es desigual, pues solo grandes empresarios tienen beneficios y apoyos permanentes, mientras los medianos y pequeños quedaron huérfanos de colaboración y, a la par, son víctimas de fenómenos climáticos y ecológicos de todo tipo y, así, condenados a la ruina total o permanente.
En general, se puede apreciar que la gran agricultura oriental goza de grandes ventajas oficiales, mientras la indígena individual y comunitaria (excepto el cultivo de la hoja de coca) sufren abandono casi total, lo cual determina diferencias económicas, que finalmente se traducen en políticas.
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