Cartas
Señor Director:
El 1 de mayo, Día del Trabajo, fue consagrado por el congreso de trabajadores de 1889, realizado en París, siendo considerado como “el día de la acción unida y combativa de los trabajadores del mundo por sus objetivos comunes”. Antes, el 1 de mayo de 1886, en la ciudad de Chicago más de 15.000 trabajadores salieron a la plaza Haymarket (del mercado del heno) con la consigna “A partir de hoy nadie debe trabajar más de ocho horas por día”. Los manifestantes fueron reprimidos violentamente por las fuerzas del orden.
La lucha de los trabajadores de Chicago no era aislada. Los obreros de Europa y Estados Unidos, es decir de los centros industriales más importantes, ante los abusos del régimen capitalista imperante, las masacres obreras, el trabajo hasta en jornadas de hasta 16 horas diarias, a las que también eran sometidos niños y mujeres, y los salarios de hambre, tomaron conciencia de la injusticia de la que eran objeto y se organizaron sindicalmente.
Así, el movimiento obrero avanzó hacia la conquista de mejores condiciones de trabajo (jornada máxima, salario mínimo, asistencia médica, etc.), por esto el 1 de mayo no es un día solo de regocijo, sino de unidad en busca de los grandes objetivos históricos de los trabajadores.
El trabajo es la ley de Dios. Dios trabaja desde la creación del mundo hasta el final de los siglos, como también Jesús, el hijo de Dios, trabajó con José en la carpintería, haciendo digna la tarea productiva. También recordamos el trabajo intelectual, para luego convertirlo en trabajo manual para el desarrollo de nuestra querida Patria.
El trabajo es una bendición de Dios. Observemos cómo trabajan las abejas y las hormigas, día y noche, dándonos un gran ejemplo de que el trabajo tesonero sirve para lograr éxitos en la vida.
David Espejo
O.F.S.
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