Tomados de la mano por la paz

Más allá de las veleidades de Kim Jong-un, la historia, el proceso evolutivo de las sociedades, los intereses nacionales y la supervivencia misma del hombre, una vez más han demostrado que no es tiempo de dictaduras ni del criminal comunismo ni del salvaje capitalismo. Comprobado está también que las teorías marxistas están en la cúspide de su otoño, y en consecuencia al despótico líder norcoreano no le quedó alternativa distinta que iniciar el año con un mensaje conciliador para hace poco y en día histórico, acabar dando un paseo con Moon Jae-un, tomados de la mano.

Es cierto que desde su independencia y hasta hoy, en Corea del norte se impone el comunismo a ultranza, pero la catástrofe a que ese sistema de gobierno ha llevado al país, es indudablemente causa del giro que el gobierno ha dado. Muchos dirán que el motivo principal es la asfixia a la que EEUU y sus aliados someten a esa parte de la península, pero lo cierto es que las sanciones impuestas desde hace muchos años, se deben a la orientación ideológica del régimen que a su país aisló de occidente, sobre todo después de la caída del muro de Berlín y la desaparición de la ex URSS. Queda evidencia indirecta de que la doctrina de la contención y la teoría del dominó, enarboladas por los Estados Unidos de América, rinden frutos y el encuentro entre los dos líderes, cuyo resultado pese a todo, será para beneficio sobre todo de una Corea que puede y debe adscribirse a una economía de mercado que el moribundo sistema aún vigente en pocos países, ya va asumiendo.

Hasta hace unas semanas el mundo estaba en vilo por las amenazas de un turbado Kim Jong-un y la eventual respuesta del principal aliado de su vecina del sur. Hoy el dictador y las potencias extranjeras deben admitir que los tiempos no son de maniqueos ideológicos, que tarde o temprano los pueblos diseñan su liberación, como sucede con Vietnam que con régimen marxista subordinó sus principios políticos al bienestar y desarrollo de su pueblo.

Las actitudes simbólicas, es cierto, pero de mensaje profundo y afortunadamente auspicioso para la desnuclearización de ese pequeño trozo geográfico de gran amenaza para la paz mundial, como la transposición fronteriza –fuera de todo protocolo- de ambos mandatarios, la plantación del pino, (considerado en la tradición de ambas naciones, como el árbol de la suerte), con pala elaborada de madera típica del norte y acero sureño, con tierra de las montañas más veneradas en ambos lados de la línea que sin razón las divide y regado con aguas de ríos de los dos países, hacen abrigar la esperanza de que aún en coyunturas en que la política exterior entre ambos estados pueda tensionarse, la paz puede y debe pervivir a pesar de todo.

En un arranque de angélica dulzura, el bárbaro Kim ha presagiado que como ese árbol, la relación entre ellos debe mantenerse siempre verde, incluso en invierno; palabras que hay que tomarlas con moderado optimismo. Técnicamente la guerra iniciada en 1950 no ha acabado, la dinastía Kim tampoco ha cambiado respecto a su política interna. Hoy los pueblos se levantan contra los regímenes despóticos extremistas, se derriba muros, desaparecen fronteras y se va desterrando las posiciones jacobinas abanderadas de la izquierda bulliciosa, como de los girondinos más cautos representantes de la derecha.

No es que los dos estados hayan unificado emblemas, pero el derrotero de la escindida Corea, a la que le impusieron fronteras y sobre la que se distribuyeron decisiones, es su reunificación… algún día. Hoy no se fundieron el norte con el sur, pero queda el compromiso de un Tratado de paz definitivo.

El autor es jurista y escritor.