José Carlos García Fajardo
En uno de nuestros últimos encuentros nos decía Raymond Panikkar que “si el mundo que pretendemos desarrollar tuviera que gastar la cantidad de energía que gasta ese 20% de la humanidad que conforma el Primer Mundo o Norte, si el mundo tuviera que tener los coches que tenemos aquí, en siete años expiraba la vida del planeta”.
Deberíamos hablar de Ayudar al Primer Mundo a detener ese desarrollo canceroso que se come a sí mismo y vive a expensas de millones de seres en otras partes del planeta.
Antes de hablar de subdesarrollo o de países en vías de desarrollo, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre si el modelo de desarrollo que nos devora vale la pena de ser impuesto a los demás pueblos, pues los datos nos confirman que, si se consiguiese esa hipótesis, el mundo no tendría más que siete años de vida.
El mito de la cooperación ayuda al Primer Mundo. La cooperación es palabra hermosa: proviene del sinergoi paulino: “somos cooperadores de Dios en esta tarea todavía no terminada de la creación”. Cooperadores en la alegría para establecer el Reino.
Hace 2600 años le preguntaron a Confucio qué cabía hacer en el ducado de Wu, donde la corrupción, la miseria y la injusticia habían destrozado la convivencia. Y el sabio respondió: “La primera cosa sería restablecer el sentido prístino de las palabras”.
Las palabras tienen su fuerza, pueden ser dinámicas y eficaces. La cooperación es una palabra fuerte: co-operando con participación activa y responsable en la creación todavía inédita de la realidad. El mundo será lo que hagamos con él. La realidad no tiene leyes. Poner leyes sobre la realidad es poner algo por encima de la realidad. Una de las definiciones fenomenológicas de Dios es “aquello que no tiene ley”, que es precisamente la libertad.
Para que nadie se asuste hay que recordar que el pensar científico debe pensar en leyes, pero no agota la realidad ni se confunde con ella: la observa, la estudia... y saca conclusiones siempre relativas al que piensa y al sistema que condiciona su pensamiento.
Cooperación al dinamismo libre de toda norma es opuesta al pensar que las cosas van predeterminadas. Los que buscan un cambio de paradigma padecen una nueva crisis de adolescencia: nuevas muletas para andar sin asumir la propia e intransferible responsabilidad en la creatividad para vivir, para gozar, para ser con los demás. El nuevo paradigma es que no hay paradigma.
El vivir es un quehacer inédito en cada instante. Solidario tiene que ver con salvación, esto es con plenitud. El sentido del vivir es alcanzar la plenitud, ser yo mismo. Como Don Quijote decía a Sancho: “Yo sé quién soy”. En el fondo es la clave de todo el mensaje de salvación de las más auténticas tradiciones y sabiduría de la humanidad: “teleiote” alcanzad vuestra plenitud, desenvolvéos, creced, desplegad vuestra realidad en la realidad de la que formáis parte. La gota de agua no se confunde en el océano: se sabe océano.
Ayudamos al Primer mundo descubriendo el mito de la cooperación. La cooperación sólo se puede dar entre iguales. Y el concepto de desarrollo es monocultural y dependiente de una antropología mecánica.
Como temas de reflexión vayan estas sugerencias del maestro Panikkar: hay que enfrentarse a tres tentaciones: la del desarrollo, la de hacer el bien y la de hacer el bien rompiendo los ritmos naturales.
Que nadie se escandalice. En el fondo, es decir: deja que las piedras sean piedras, si quieres pan, utiliza harina. No hay nada que cambiar sino a nosotros mismos, nuestra mentalidad. Y al intentar hacer el bien cuidemos que la motivación sea la adecuada y no cooperemos a perpetuar la injusticia.
Y para terminar de enredar las reflexiones del verano, vaya esta perla: las obras de misericordia son trágicas: si no las haces eres un insensible y un egoísta; si las haces, continúas prolongando la agonía de un sistema condenado a morir. No hace falta la cooperación del rico hacia el pobre sino el diálogo dialógico que parte de la convicción de que el otro y yo somos uno.
El mundo de la cooperación tiene la fuerza de un mito y por ello nos impulsa porque lo creemos sano y ni siquiera nos damos cuenta de que es un mito. De ahí la tarea inaplazable de hacer esta transformación desde el mito en algo vivido, realizado y encarnado en nosotros. Crear nuevos dioses y erigirles el altar en el salón de nuestra casa, como en tantos hogares sucede con el televisor, no hace más que perpetuar la tragedia y la injusticia contra la naturaleza y la humanidad.
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