COMUNICABILIDADES
La primera “apócope” que todos hemos utilizado fue el de “ma” en lugar de mamá. Y se entiende que, a una temprana edad, por la escasez de términos y por el ambiente familiar, apelemos constantemente a la abreviación de muchas palabras.
Pero… ¿por qué nos gusta la tendencia a recortar las palabras en lugar de pronunciarlas completamente?
Antes aclaremos que la palabra “apócope” proviene del latín (acortamiento) y alude a la acción de reducir los fonemas o sílabas finales de una palabra.
Existen palabras con apócopes de uso extendido, como “gran” en lugar de grande, “buen” en lugar de bueno; “primer” en vez de primero, “tan” en vez de tanto, “san” en lugar de santo, etc.
Son términos abreviados que tienen que ver con la dicción que se emplea en determinadas regiones de habla hispana.
Nos gusta reducir las palabras por dos razones: economía de términos y la ley del menor esfuerzo, es decir: nos cuesta pronunciar todas las silabas de una palabra.
Esta acción no es exclusiva del castellano, en todos los idiomas existe la tendencia a reducir o apocopar (sé que suena como trabalenguas).
Sin embargo, el uso excesivo de la apócope puede producir fenómenos orales que afectan la correcta vocalización y producen ciertas palabras no establecidas por la Real Academia de la Lengua Española.
Por ejemplo, en nuestro país, los conductores de radio-taxis apelan constantemente al término “posi”, en lugar de decir “positivo”.
Y ni qué decir de las reducciones: “por fa”, o peor “por fis”, en vez de “por favor”, “case”, en lugar de casera, “licen”, en vez de Licenciado, “doc” en lugar de Doctor, y el horrible “seño”, en lugar de señora.
(*) Director ejecutivo de Xperticia. Empresa de Capacitación y Asesoramiento en Comunicación.
(www.xperticia.net)