La espada en la palabra
Cuando pase este aluvión de palabras, ha de verse con toda claridad la situación de nuestra economía. Comencemos a preocuparnos por esos asuntos, ya que si bien reina un desconcierto en lo que se refiere a la política y la demagogia, también es cierto la incertidumbre que se cierne sobre los números y cifras de Bolivia.
Cuando Keynes concibió las bases de lo que iba a ser el Fondo Monetario Internacional, nunca pensó en lo que éste iba a terminar siendo en realidad. El pensador creía en el mercado, pero no en el fanatismo de la liberalización ni en la ortodoxia privatizadora. Creyó siempre en una economía ecléctica, combinada, cosa que muchos economistas, a lo largo de la historia del pensamiento, han desdeñado por creerla pusilánime e irrealizable; pero lo cierto es que la economía, a diferencia de la política, sí admite colores mezclados y términos medios, en tanto éstos se acomoden a las realidades y solucionen los problemas.
Bolivia ha de encontrarse en una situación difícil por las consecuencias que traen factores como el endeudamiento multimillonario con China y la inyección de dinero que se hace de forma indebida y a la fuerza (como es el doble aguinaldo). Y ¿cómo deberá manejarse? Pues como lo ha venido haciendo hasta ahora y desde hace algunos años: entre la liberalización y la intervención gubernamental, porque ¿quién ha sido el ingenuo que creyó que se vive en una economía verdaderamente socialista o de estatismo?
Debemos estar también atentos a lo que sucede con las finanzas públicas de los países vecinos, dado que, como dice el premio Nobel de economía Joseph E. Stiglitz, una recesión en un país puede alimentar recesiones en otros países; una ligera crisis en los mercados emergentes puede llevar incluso a una desaceleración económica continental, si no global.
Bolivia, claro está, no es ni será un mercado emergente. Por consecuencia, y en términos generales, el siguiente gobierno -en tanto obre bien- no se alejará cosa significativa de lo que son los manejos del gobierno de turno, si es que se tiene en cuenta, como se ha dicho, que hoy nos movemos entre el libre mercado y el proteccionismo. Pero sí es cierto que se tendrá que liberar el mercado un poco más -sin dejar que el gobierno supervise el movimiento de las corporaciones privadas, teniendo siempre en cuenta que los mercados no se autorregulan por sí solos-, para que de esa forma los inversionistas vuelvan a tener confianza en el país.
Las prescripciones keynesianas apuntan a un mercado libre, pero con una supervisión del gobierno; los países que han seguido esta consigna han tenido éxito porque experimentaron menos recesiones y en cambio lograron expansiones prolongadas.
Hablo de Keynes porque creo que tiene una virtud muy importante: el darse cuenta de que se debe crear empleos para frenar recesiones y que la liberalización total olvida a los desposeídos, y, valga decirlo, Bolivia, al tener una población tan abigarrada y disímil, debe apuntalar una economía que enriquezca el erario y distribuya de forma equitativa las riquezas.
Se deberá reducir la exorbitante burocratización que existe y que ocasiona que hoy se tenga que pagar sueldos a funcionarios que poco hacen, o que nada hacen; las burocracias, como las personas, se van degenerando hasta convertirse en verdaderos arrabales, y el cambio entonces es doloroso, pero muy necesario. Pero en cambio se tendrá que crear nuevas instituciones, porque no hay cambio económico que no esté acompañado por un cambio social.
Si las instituciones internacionales pretenden intervenir, tendrán que aconsejar, y nada más, porque no hay peor cosa que el manejo de una economía por mentes extranjeras, cuando lo óptimo es que un puñado de tecnócratas y políticos, empapados de la situación de su suelo, arreglen las cosas. Así surgieron Polonia y China. Y así Suecia se ha mantenido en el estado en el que está.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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