Antonio Pulido
Parece poco discutible que la universidad es una institución clave para el desarrollo económico y social. En un mundo en profundo cambio disruptivo es fundamental contar con el liderazgo de universidades que marquen esa evolución hacia el futuro. Pero por su propia trascendencia, la institución universitaria debe rendir cuentas a la sociedad (sin renunciar a su autonomía) y estar abierta a las opiniones y críticas que puedan surgir de los múltiples afectados (“stakeholders”).
Personalmente he vivido durante más de 40 años la universidad, como estudiante, licenciado, doctor, colaborador, ayudante, catedrático, profesor emérito, director de departamento, director de instituto de investigación y miembro de Consejo de Gobierno. Hace ya casi una década escribí el libro La Universidad del Futuro. Un tema para debate dentro y fuera de las universidades (Ed. Delta, 2009, 298 págs.).
El capítulo primero lo titulé La universidad, terreno resbaladizo. Reproduzco aquí unas reflexiones iniciales sobre lo que califiqué de Aguas turbulentas:
“Pienso que somos muchos los partidarios de adaptar nuestras universidades a las nuevas exigencias de una sociedad moderna, global y especialmente basada en el conocimiento. Por ello vemos con ilusión los aires de cambio que soplan. Pero no podemos negar que existen puntos débiles, temas importantes sin definir y cierta confusión a la hora de aplicar criterios generales”.
Partidario del cambio y la participación social en el diseño de esa universidad del futuro Incluso puse en marcha un movimiento y una web, UNIVNOVA, en busca de esa nueva universidad. Pero no ocultaba la dificultad, los obstáculos al cambio e incluso los riesgos de alterar el curso de una institución milenaria. Me remito de nuevo a lo escrito hace una década:
“…difícil conocer la cultura, valores y objetivos de cada centro universitario y, dentro de ellos, de sus diferentes miembros. Resulta una operación delicada cambiar organización y normas de actuación en instituciones con una amplia historia. Existen no sólo riesgos de equivocarse, sino también de rechazos frontales de estudiantes, profesores u otro personal universitario, por múltiples razones ideológicas o de temor a los posibles efectos, personales o de grupo, del cambio. Personalmente, creo que frente a estos riesgos sólo cabe un debate profundo y un proyecto claro e ilusionante para los implicados, con un amplio apoyo social”.
Hace pocos meses, mostraba mis recelos sobre la realidad de ese cambio en un post sobre innovación (https://www.antoniopulido.es/innovacion-frustrada-gatopardismo-disfraces-desenfoques/):
“En el campo de innovación, un profundo cambio potencial de carácter tecnológico, económico y social puede frustrarse o retardarse con estrategias gatopardistas. Cambiar el sistema judicial, educativo, financiero o laboral, constituyen retos de gran dimensión y complejidad, que exigen capacidad política de liderazgo y respaldo social. Maniobras retardadoras que supongan reformas superficiales, pueden aplazar los radicales cambios que permiten las nuevas tecnologías y modelos más avanzados de gestión.
Un caso muy significativo (y que me duele especialmente) es el de la Universidad. La sociedad del Siglo XXI necesita unas instituciones de enseñanza superior y de creación/difusión del conocimiento adaptadas radicalmente a los tiempos y a las potencialidades de las nuevas tecnologías. Ni el proceso de toma de decisiones, ni la renovación de plantillas, ni la estructura docente e investigadora han dado el “gran salto” que necesitamos.
Hay avances y el esfuerzo común de muchos profesores y personal colaborador en circunstancias difíciles; pero los Campus de Excelencia, los Programas de Evaluación del Profesorado o los Planes de I+D+i, han resultado más distracciones en el camino que auténticas reformas con fuerza y visión de futuro. Sin querer (o queriendo) muchos podemos haber servido como gatopardistas: hemos ayudado a cambiar algo y con ello hemos justificado el retrasar la auténtica innovación disruptiva que necesitamos de forma cada día más urgente”.
Los últimos acontecimientos sobre el valor y control de los másteres universitarios, la compra-venta de favores, la potencial degradación de imagen de títulos e instituciones, las dudas sobre la autonomía de los institutos universitarios de investigación, apuntan hacia una senda de participación social destructiva para todos. Las críticas se generalizan, la imagen de la universidad se deteriora, se enconan los enfrentamientos entre órganos de gobierno, profesores y alumnos. La sociedad se asoma a los medios de comunicación para asistir a la “guillotina” de políticos con currículum dudoso, gestores y administrativos incompetentes de la universidad o profesores falsificadores de actas.
Puede ser circunstancial y anecdótico, pero ese camino de crítica indiscriminada y superficial va justo en dirección contraria del que necesita la universidad, y debe exigir la sociedad, para un cambio en profundidad y a la altura de las exigencias de los Estados, empresas y ciudadanos del Siglo XXI.
La universidad necesita el apoyo, el reconocimiento y la implicación de una sociedad vigilante con el uso de los recursos que aporta, comprometida con un proyecto exigente, pero estimulante, de cambio. No necesitamos un juicio general y sentar en el banquillo de los acusados a todo sospechoso potencial. Dejemos a la Justicia los casos extremos que lo merezcan y confiemos, de partida, en las instituciones universitarias. No caigamos en un caza de brujas tipo “macartismo” universitario.
AntonioPulido http://www.twitter.com/@PsrA
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