El periodismo es un servicio de interés público, sin que demande costo alguno. Nació como una inquietud voluntaria, de forma improvisada. En el último tiempo se ha constituido en una profesión académica, pero sin perder sus nociones originales de independencia y libertad.
De esta manera, se constituye en el mayor baluarte de la democracia política y social, por tanto se halla ajeno a los intereses económicos o de otra índole que estén vedados, valorando, por lo contrario, lo honesto, sincero y cuanto de digno debe ser el comportamiento humano.
Sus tareas son informar y opinar. En el primer caso, recoger los datos de un suceso o de una actividad institucional con el mayor apego a la veracidad sobre los hechos. En el segundo, a no involucrar indebidamente a los actores, por tanto no perjudicar o dañar nombres genéricos e individuales.
Con la práctica de estas condiciones esenciales, el periodismo procura prestar un servicio público que sea de interés general, pero sin mellar honras y nombres, que deben estar a salvaguarda de cualquier desprestigio o daño subalterno.
Estos son los principios básicos del ejercicio periodístico y con este comportamiento aspira a merecer la credibilidad y preferencia de la opinión pública.
En la actualidad, con el surgimiento de recursos tecnológicos de toda índole, entre ellos los que son aptos para el trabajo periodístico, se recoge la información sobre un suceso o un acto de interés público con más celeridad y, a veces, por ello se incurre en apresuramientos o errores, particularmente en medios audiovisuales.
De ello tiene que estar consciente el periodismo, utilizando estos medios con la mayor responsabilidad y pulcritud, de manera de seguir contando con la confianza de los oyentes, televidentes y lectores. En estas circunstancias, el periodismo tiene que actuar con el mayor esmero y veracidad, para no correr el riesgo de perder la credibilidad pública.
Cuando un medio incurre en estos desaciertos, el perjuicio no solo recae sobre su prestigio e intereses, sino que influye para que el público pierda la confianza en todos ellos. Por consiguiente, la responsabilidad individual influye para bien o mal en el resto de las fuentes periodísticas.
Afortunadamente, en Bolivia no hay medios sensacionalistas, de manera que en este campo se distingue con respecto a lo que sucede en otros países, donde fácilmente se advierte que la opinión pública respectiva pierde credibilidad en torno al periodismo en general.
En todo caso, corresponde advertir que en Bolivia quedan pocos medios independientes, aquellos cuya labor y existencia no se admite en las esferas oficiales. Y por esa su condición son considerados impertinentes y, más todavía, como inconvenientes a sus intereses políticos y hasta son vistos como indeseables fiscalizadores de su administración.
A manera de hacerlos desaparecer o por lo menos acallarlos, muchos han sido adquiridos y, por lo tanto, sometidos a designios del oficialismo, que así muestra su voluntad de ejercer el autoritarismo, si acaso no la dictadura.
Además, al tenerlos a su disposición, los ha puesto a hacer tareas de proselitismo oficialista. Por ello, en esta fecha dedicada a celebrar el Día del Periodista, esos medios no se hacen merecedores de reconocimiento alguno, más bien se constituyen en la expresión antiética del periodismo, que es de servicio y no de servilismo.
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