Alexis Carrel dice: “Cada uno de nosotros, en cierta medida, ha nacido bueno, mediocre o malo. Pero al igual que la inteligencia, el sentido moral puede ser desarrollado por la educación, la disciplina y la fuerza de voluntad”. La moral, también llamada ética, nos enseña desde la escuela a cumplir nuestros deberes para obrar bien dentro de la sociedad en que vivimos, evitando hacer daño al prójimo. La reflexión moral es la ciencia de las buenas costumbres que asumen las personas que cuidan su prestigio y reputación. Define la virtud, condena el vicio, el abuso y la inmoralidad. El hombre sin honor es peor que su muerte.
La herencia que dejan al país algunos mandatarios, o el ejemplo repudiable de ciertos políticos en altas funciones de Estado, no es ciertamente halagadora ni honorable. Muchos han perdido la noción de la decencia, el honor, la dignidad, hacen gala de cinismo, desfachatez, de “qué me importa”. En el Legislativo sostienen que el Gobierno tiene doble moral. El Judicial está sumergido en la inmoralidad por el “toma y daca”, muchos están encarcelados. Tránsfugas sin ética se “pasaron” al oficialismo por intereses personales. El caso más vergonzoso es de un diputado por Cochabamba, por UD -que se vendió al MAS y no deja su curul-, a quien se le sigue un proceso de revocatoria. Otros suplentes “chutos” venden su voto. En esta etapa de “proceso de cambio” ya nadie muestra vergüenza por sus actos reñidos con la moral y las buenas costumbres. Hay gente que expresa que es mejor vivir bien de la política lucrando, que romperse el lomo honradamente. Es más fácil meter uña al Estado siendo ministro o ministra. Estar algunos años tras las rejas y luego salir para disfrutar lo hurtado.
Los políticos, con alguna excepción, por su actitud prebendalista están desacreditados y la población ya nada les cree, por las promesas que hacen y luego las olvidan. Son pocos los políticos honrados que cumplen con sus obligaciones con decoro personal, los demás suben al poder con la única finalidad de hacerse ricos de la noche a la mañana, les importa un bledo el “qué dirá la gente”, menos los intereses del país. Si hemos pasado los doce años de gobierno, ello no debe dar derecho a perder el sentido de honradez ni el concepto de honor.
Estamos enlodados en una crisis moral que da paso a la pérdida de valores. Muy poca gente se preocupa por conservar su honorabilidad. Hombres y mujeres que llegan a altas esferas de gobierno se envanecen, se ofuscan y se dedican primeramente a velar por sus intereses personales, logran ventajas para sus empresas y sus negocios. Salir rápidamente de pobre es la meta, no les interesa si se embarran en la corrupción. La superficialidad, la política demagógica y la ambición de poder no pueden existir impunemente. Esta es la realidad que observa el pueblo, que exige una revolución moral o de comportamiento para detener la inmoralidad generalizada.
Lo mismo ocurre en algunos gobiernos departamentales y municipales, donde la reputación de ciertas autoridades está por los suelos, pero éstas ni se inmutan. Por el contrario, exigen pruebas, como si las pruebas no estuvieran a la vista de la opinión pública y de su misma conciencia. Esa gente, lastimosamente, ha perdido el honor, que es la cualidad más alta, la que garantiza la valía de sus demás atributos, su comportamiento y sus actos. Pasaron ya los tiempos en que el ser humano arriesgaba su vida por su dignidad, su buena reputación y la honorabilidad de su familia. El honor, la decencia del hombre y la mujer son las más altas cualidades humanas. ¿Qué clase de honra vamos a dejar a la juventud que se halla detrás de nosotros y muy pronto se hará cargo de los destinos del país?
Ref: Libro “Educación Cívica, Política y Moral”, de Floren Sanabria G.
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