El presidente Mauricio Macri debe persistir en reconectar la Argentina al sistema financiero global después de años de aislamiento gestado por el peronismo que despedazó la economía argentina. Está costando reconstituirla. Si bien la economía hoy crece anualmente al 5,1%, hay los que creen que no es sostenible, y con elecciones presidenciales en 2019, habrá que “hilar delgado” en la situación actual. Urge privatizar racionalizando el presupuesto del gobierno central y su desempeño administrativo a fin de hacerlo más efectivo, responsable y entendible. Promover las exportaciones de volumen sobre todo de, por ejemplo soya, ahora que China importará menos de EEUU.
El Banco Central argentino (BC) dijo recientemente que utilizaría todos los medios a su alcance para reducir la inflación al 15% este año lo que, según expertos independientes, ha de ser difícil en vista de las barreras estructurales que Macri, desde el 10 de diciembre de 2015, ha querido desmantelar con reducciones arancelarias, arreglos comerciales internacionales y regionales, privatizaciones y movimientos libres de capital con el propósito, además, de lograr borrón y cuenta nueva luego del desfalco argentino de 2001. El problema es que como el capital entra también sale libremente llevándose divisas que el país necesita. Y dada la elevada inflación del peso argentino, los inversionistas locales han estado comprando dólares para exportarlos pese a las recientes intervenciones del BC para evitarlo. Tampoco dio resultado cuando éste en enero redujo las tasas de interés y aumentó la meta inflacionaria… que muchos consideraron un desatino dada la política oficial anti-inflacionaria del momento. Aumentar impuestos al retorno de inversionistas extranjeros tampoco estuvo atinado.
Así, el 4 de abril de 2018 el BC subió la tasa de interés al 40% lo que, si bien invita a guardar pesos y por ende divisas, desalienta al inversionista nacional y extranjero que, para invertir en Argentina, necesita comprar pesos que todavía adolecen de una inflación del 25% (marzo). El 5 de abril el peso perdía 8,5% de valor frente al dólar. Y el gobierno reducía el gasto aún más a fin de lograr un déficit del 2,7 en vez de 3,2%. Esto en respuesta a críticas de inversionistas que necesitan crédito en pesos y que en algunos casos se han visto obligados a posponer emprendimientos por encontrarlos cuestionables y hasta, de pronto, inviables lo que perjudica aún más los planes de empleo y crecimiento del gobierno central.
Por supuesto que reducir la inflación al 15% o menos sería un logro importante. Pero cuando ésta se ha convertido por años en un vector cultural, reducirla es más problema sicológico-colectivo, y por lo tanto socio-político, que macroeconómico (política monetaria y fiscal) que es fundamento de lo microeconómico (los negocio y empresas). Y la sicología colectiva depende en gran medida de las cuasi verdades y mentiras de muchos políticos. Macri no está activamente entre ellos, pero sí sufre los empellones consuetudinarios de éstos y sus huestes que solo buscan el poder como ubre de fortuna personal o de patota. Debilitarlos dividiéndolos a como dé lugar, legalmente, que es una forma de educación en y con la verdad, parece ser la única manera inmediata y mediata. Lo otro es educar a las nuevas generaciones en las salas de clase con renovadas lecciones de historia y de cívica. Acudir al FMI ayudaría… y quizá habría a quién echar culpa.
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