Junto a muchas mixtificaciones adoptadas como artículos de fe por el imaginario social, en especial desde la segunda mitad del siglo pasado, tenemos la leyenda de una difícil gestación de la Central Obrera Boliviana, COB, supuestamente a lo largo de un itinerario cuajado de persecuciones por los gobiernos conservadores antes de su nacimiento. La verdad es que fue el aliciente del poder al calor de la triunfante Revolución de 1952, lo que le dio origen bajo el marbete de ente aglutinador de todos los trabajadores del país. El acomodo se confirma por su fundación a pocos días del 9 de abril de dicho año. De haber movimientos obreros reprimidos, sí los hubo, como el de los fabriles en La Paz alrededor del año 50 y otros muy anteriores en las minas, hechos sin una coordinación central y específica. Especular acerca de una larga labor de lucha gestante es exagerado y dudoso.
Para mejor asirse al carro vencedor, se hizo alarde de que los sindicatos se habían conjuncionado alrededor de la COB, por entonces más rótulo que realidad. Sólo el tiempo contempló la supuesta adhesión inicial, impulsada por las dirigencias obreras bajo el señuelo de cebarse en la burocracia. Juan Lechín, ostentando el título de máximo dirigente del organismo sin haber sido obrero sino administrativo en alguna mina y buen jugador de fútbol, fue designado Ministro de Minas y Petróleo y Torres Callejas, en algún otro ministerio, el resto del gabinete ministerial quedó en manos del MNR.
La COB presionó entonces para la nacionalización de las minas y el “cogobierno con derecho a veto” en las mismas, mientras el cogobierno a nivel del Poder Ejecutivo siguió siendo una quimera. La cogestión en estas minas significó la inflación de las planillas de personal con parientes y allegados -¡cuándo no!-, de la dirigencia y la cuota del partido oficial, dando lugar a los llamados “supernumerarios” sin labores concretas, pero puntuales perceptores de salarios, uno de los factores del fracaso de la estatización, con graves efectos financieros e inflacionarios, por su crecido número.
Juan Lechín, a la cabeza de la COB, aspiraba a la presidencia, propósito que se limitó a la vicepresidencia en la primera reelección de Víctor Paz Estenssoro (1960), pero el distanciamiento entre ambos remató en una golpiza al líder cobista, no obstante su alta investidura, por órdenes jerárquicamente superiores. Lechín a continuación puso a la COB contra Paz Estenssoro y éste le respondió con la Central Obrera Boliviana de Unidad Revolucionaria, COBUR, inicial paralelismo sindical, al cual no podían faltar peones sindicales. La caída del MNR en 1964 reanudó en alguna medida el agrupamiento obrero y en el interregno de los gobiernos militares la entidad matriz quedó mediatizada. Juan Lechín y otros dirigentes salieron al exilio, lo que no quiere decir que en lo sucesivo se adhiriese a la técnica del “ni lejos que te enfríes, ni cerca que te quemes” con los gobiernos de turno, sin dejar de guiñarles la vista.
En el actual estado de cosas, hace ya 12 años, los altibajos cobistas fueron predominantes hasta el punto de acabar entregándose en cuerpo y alma al masismo, bajo la tutela y adopción del Conalcam -grupo asaz falso representativo de los “movimientos sociales”- gracias al dirigente emergente Juan Carlos Huarachi. Como ejemplo y precedente basta citar al señor Pedro Montes, gratificado con una senaduría por el MAS. Acercamientos que el Estado sufraga erogando en hoteles, sedes y automóviles a favor de los dirigentes más que del organismo, mientras éste viene perdiendo toda raigambre y credibilidad en la clase trabajadora. Sin embargo, un eclipse parece amenazarla por la notoria disminución de su base de sustentación, reducida en el último tiempo al magisterio trotskista que, al presente, no podía menos que alejarse, persistiendo sectores de clase media no precisamente proletarios. Su entrega al actual régimen de Gobierno pone en duda, más que nunca, la cobista pretendida lucha por mejores condiciones de vida obrera y sus reivindicaciones.
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