Javier Badia
Decía Azorín que “la claridad es la primera cualidad del estilo”. Esa es mi máxima preferida, por lo simple y explícita al mismo tiempo. Y vale también para el lenguaje académico, sobre el que todavía planea la idea de que cuando más críptico y engolado, mejor. Pero nada más lejos de lo que debe ser.
Es verdad que el lenguaje de la comunicación académica es especializado, con elementos propios de una jerga profesional. Un lenguaje científico-técnico que se expresa mediante códigos diversos: ciencias de la naturaleza, de la salud, ciencias sociales, etcétera. Que se sirve de un léxico propio, solo accesible a la comunidad científica que le atañe en cada momento.
Y sin embargo hablamos para entendernos. Por supuesto que también en la comunicación académica, donde no hay lugar para la creatividad, porque lo que manda es la transmisión del conocimiento. Lo adecuado será un lenguaje formal, mediante el uso de la corrección lingüística (gramatical y ortográfica).
Pero lo que yo quiero subrayar aquí es la importancia de expresarnos de acuerdo con los principios del pensamiento: para escribir bien hay que pensar bien.
A la hora de ponerse a la tarea, nuestro sabio y Nobel Santiago Ramón y Cajal (SRC), nos indicaba el orden:
1º Tener algo nuevo que decir.
2º Decirlo.
3º Callarse en cuanto queda dicho.
4º Dar a la publicación título y orden adecuados.
Fácil, ¿no?
¿Y nuestro estilo? (manera de redactar). De nuevo SRC nos da la pauta: “Será genuinamente didáctico; sobrio, sencillo, sin afectación, y sin acusar otras preocupaciones que el orden y la claridad”. Y añade: “El énfasis, la declamación y la hipérbole no deben figurar jamás en los escritos meramente científicos”. Esto se puede resumir en: lenguaje claro.
Para Azorín, el maestro de la claridad en la escritura, “la única afectación excusable será la de la claridad”. Naturalidad por encima de todo. Es lo que nos dice el filósofo francés Jean Guitton: “La negligencia y la afectación son las dos tentaciones que nos impiden ser naturales”. Y José Alcina Franch, el gran americanista español, pone de relieve la conexión entre el pensamiento y la claridad: “Lo más importante es tener algo que decir y decirlo. En otras palabras: tener las ideas claras y exponerlas con sencillez […] La primera condición es la de pensar con claridad”. Albert Einstein lo decía de otra forma: “El desarrollo mental del individuo y su modo de formar los conceptos depende del lenguaje hasta un nivel muy elevado”. Es la máxima azoriniana: “Estilo oscuro, pensamiento oscuro”. Y es que “Cuando el estilo es oscuro hay motivos para creer que el entendimiento no es neto”. Alcina Franch abunda: “A una escritura confusa corresponde un pensamiento confuso”. George Orwell, el profeta de 1984, nos alerta: “El gran enemigo de una lengua clara es la falta de sinceridad”. Y es que, según Guitton, “la claridad de expresión facilita el trabajo de la inteligencia”. Lo uno depende de lo otro, porque, para Azorín, no es tanto un problema de escritura: “La dificultad está en pensar bien”.
No hay que tener miedo a decir las cosas por derecho. El gran Umberto Eco lo ve así: “Si leen a los grandes científicos o a los grandes críticos verán que, salvo pocas excepciones, son siempre clarísimos y no se avergüenzan de explicar bien las cosas”. Y Einstein: “En mi opinión, solo hay una forma de aproximar un científico eminente al gran público, y es discutiendo y explicando en un lenguaje que en general sea comprensible, los problemas y las soluciones que han constituido el trabajo de toda su vida”.
Y también en los clásicos como Baltasar Gracián encontramos la eficacia de lo sencillo en la comunicación escrita: “Hase de hablar como en testamento; que a menos palabras, menos pleito”. Y Juan Valdés: “…el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente me es posible…”. Cervantes nos aconseja en el mismo sentido: “[procurad] …que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período [discurso] sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y oscurecerlos”.
Lenguaje oscuro, no; lenguaje claro, sí.
El autor es Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y funcionario de carrera en la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
@Badia_Javier
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