La acumulación de la deuda externa e interna es un tema recurrente que pasa desapercibido ante la opinión pública. Desde el 2007 vengo realizando reflexiones al respecto. Al igual que ayer, nuestra deuda parece no constituir preocupación alguna, tal vez porque es parte de nuestra vida cotidiana. Al igual que el sapo en agua que se calienta lentamente, los efectos parecen ser tan graduales, que cuando hierva será muy tarde para darnos por enterados.
Por gradual que sea su impacto, el tema de la deuda es de gravedad absoluta, especialmente en cuanto a sus repercusiones económicas y sociales. Y no es primera vez que debemos entrever esta realidad. Ya vivimos el alegre endeudamiento de la década de 1970, con la consecuente galopante hiperinflación una década después. Endeudarse resultó en el milagro económico de Banzer, para luego sufrir serios trastornos sociales, políticos y económicos en los primeros años de una recuperada democracia.
La diputada Jimena Costa ahora nos advierte sobre la deuda externa contratada por el actual gobierno, que llega a 11.485 millones de dólares, que junto a la deuda interna de 5.000 millones de dólares, representa un monto muy significativo. El impacto sobre el bolsillo del ciudadano aún se atenúa o disimula por la abundancia de reservas internacionales que aún quedan por dilapidar. Y si las mismas no disminuyen más aceleradamente es por los ingresos provenientes del narcotráfico, que sigue boyante y -como en sus mejores tiempos- aporta muchos recursos a la economía nacional.
En respuesta a las preocupaciones, el gobierno utiliza para estimar nuestra capacidad de endeudamiento un simple coeficiente, utilizando el Valor de la Producción (PIB nominal), sin considerar nuestra futura y efectiva capacidad de pago en el futuro, que solo se podría dar con una balanza comercial positiva.
En otras palabras, nuestra capacidad de pagar la deuda depende también de nuestra capacidad de incrementar las exportaciones, por encima de las importaciones, diferencia que hace cuatro años se encuentra negativa (déficit), con tendencia a aumentar. Es así que dependemos de nuestros recursos naturales, cuyos precios son volátiles, lo que representa una permanente incertidumbre y dependencia externa.
Si las exportaciones resultan más difíciles de incrementar, por su naturaleza las importaciones son más difíciles de reducir. Mucho menos cuando dada la expansión artificial de la demanda interna, que es la fuente básica de nuestro crecimiento económico, las importaciones están inducidas para su aumento.
Como se ha señalado, un endeudamiento, sea externo o interno, si bien resuelve los problemas de la coyuntura, acumula fenómenos económicos, políticos y sociales que tarde o temprano acarrea consecuencias que lamentar. Pareciera que el gobierno considera imposible el peligro de insolvencia, una ausencia de crédito externo y exclusión del sistema financiero internacional. Pero tal fue el caso en la Argentina de Kirchner y es el caso de la Venezuela de Maduro, dos economías con recursos mucho mayores a los que nosotros podemos relucir.
Debido a los límites impagables al que llegó la deuda externa, acumulada desde los años 60, en el pasado Bolivia fue objeto de un tratamiento “benévolo” de parte de nuestros acreedores. Es así que parte de la deuda (al igual que los países más pobres de África) fue condonada y la misma tenía que ser destinada solo para fines sociales. Otra condición fue la cesión de nuestra soberanía financiera, ya que para cualquier nuevo endeudamiento teníamos que tener el visto bueno del principal vigilante de la deuda internacional que era el Fondo Monetario Internacional. (FMI).
Estábamos obligados a prestarnos del exterior sólo en condiciones concesionales (a tasas de interés bajas y a largo plazo), lo que no se dio en los últimos años de bonanza, donde gracias a los excepcionales precios internacionales disfrutamos de una mayor solvencia financiera. Esta bonanza nuevamente permitió una discrecionalidad absoluta, endeudándonos con un costo prácticamente comercial y con un plazo más corto que en el pasado, incluyendo a la CAF que fue muy generosa en sus condicionalidades.
En los últimos 40 años del siglo pasado (1960-2000) los sucesivos gobiernos, con la salvedad de Torres y Siles Zuazo, que fueron bloqueados externamente, todos accedieron al crédito externo en una proporción que resultó siendo excesiva en relación con los resultados obtenidos. En efecto, mientras que el PIB creció a un 3.3 % en promedio, en estos 40 años, el crédito externo obtenido representó un 5.8% en promedio anual. Es decir, casi nos prestamos el doble de lo que producimos, lo cual en el largo plazo resulta insostenible.
En pocas palabras, solventar la economía mediante la práctica del financiamiento externo, dejando de lado el esfuerzo nacional, como son los tributos, se ha vuelto una tradición. Resolver nuestro déficit corriente e inversión pública con deuda externa, sin embargo, es tan sólo una cara de la moneda.
Los gobernantes descubrieron también la práctica del endeudamiento interno mediante la emisión de atractivos papeles públicos. Para solventar el actual sistema de pensiones el gobierno obligó a las AFP a comprar Bonos al 8% anual. A su vez, el Banco Central emite Bonos con tasas muy atractivas para absorber parte de la liquidez generada, endeudando el futuro. Al igual que la deuda externa, la deuda interna equilibra coyunturalmente a la economía, lo que no es una sana práctica financiera ni una manera de -en el largo plazo- vivir bien.
El autor es Ing. Com., Miembro Emérito de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.
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