Elecciones en Venezuela

Nicolás Maduro intentará dar un nuevo paso en su obsesión por eternizarse en el poder este domingo.

Un pueblo venezolano con hambre y sin medicinas acudirá a las urnas, empujado en gran medida por el Carnet de la Patria: la tarjeta de racionamiento que, por orden de la dictadura, debe ser portada para sufragar. Se garantiza así un porcentaje mínimo de “presentismo” en los comicios porque, si el ciudadano no acude a votar, no recibirá una magra bolsa de alimentos este mes.

Lo que sigue ya es repetido: el Consejo Nacional Electoral prohijará un simulacro que, mediante la manipulación del voto electrónico, permitirá a Maduro salirse con la suya. El fraude en Venezuela ha sido denunciado incluso por la empresa Smarmatic, encargada de la votación electrónica que dio paso en 2017 a la espuria Asamblea Nacional Constituyente.

Venezuela va a estas elecciones sumida en su crisis más profunda. Una de sus principales causas es el saqueo de la estatal petrolera, la falta de inversión, deudas impagadas y fuga de recursos humanos de ella por pobres sueldos. Esos salarios, con ser mayores que la generalidad, no escapan a un panorama en el que el sueldo mínimo equivale a 3,6 dólares en el mercado paralelo.

¿Cómo ha llegado el pueblo venezolano a esta tragedia? Siguiendo recetas dictadas desde Cuba. No sólo siguiéndolas, sino sirviendo a esa otra dictadura a cambio de sostener, mediante la captura por parte de La Habana del Estado venezolano, a la tiranía de Maduro y antes de Chávez.

¿De qué otro modo se puede entender que en medio de este drama humano de hambre, enfermedad y éxodo Maduro haya gastado 440 millones de dólares, en 2017, para comprar petróleo a terceros países -ante la drástica caída de la producción del propio- para alimentar a Cuba?

La contraprestación de servicios, con un costo enorme para Venezuela, es obvia: Caracas entrega a La Habana ingentes cantidades de petróleo, que el régimen aún castrista consume y revende para obtener ingresos, a cambio de que Cuba se haga cargo de los sistemas de inteligencia, seguridad y todos los necesarios para que Maduro -como antes Chávez- pueda perpetuarse en el poder.

Para Bolivia, esa realidad es especialmente preocupante. Aunque su vicepresidente diga que el gobierno boliviano no pretende imitar a Venezuela y Cuba, lo cierto es que Evo Morales no se cansa de apoyar a Maduro y elogiar al castrismo.

Contra lo dicho por García Linera, son demasiadas las similitudes para pensar que la semejanza entre el régimen del MAS y el de Maduro es una casualidad.

Basta una breve ayuda memoria para evidenciarla y confirmar que, de seguir con el autoritarismo, el destino de Bolivia no es muy distinto al de la Venezuela de hoy: destrucción y partidización de las instituciones -incluidas Policía y FFAA-, captura de la Justicia, utilización y fortalecimiento del aparato de seguridad con fines partidarios y de persecución a opositores, elecciones dudosas, control social mediante la apropiación de información sensible del ciudadano, asedio a la prensa independiente, manipulación desde medios estatales, adoctrinamiento ideológico, culto a la personalidad del gobernante, opacidad en las cuentas públicas, utilización del Estado y sus recursos sin control real, economía basada en materias primas y crecientes importaciones.

Pero el hermanamiento entre Caracas y La Paz resalta especialmente en el afán de perpetuarse en el poder, el desconocimiento de decisiones populares como el 21F, la creciente corrupción, el uso de la estatal petrolera como cosa propia y el aumento de la actividad del narcotráfico. Y tanto o más importante: la sumisión a Cuba para hacer posible todo esto.