Los obispos de Bolivia, preocupados por todo lo que ocurre en el país, muchas veces han invocado los sentimientos y conciencia de quienes poseen poder político, económico y social para que, practicando principios y virtudes, actúen en bien del pueblo; han manifestado en reiteradas oportunidades que se debe adoptar medidas conducentes a solucionar los diversos problemas que agudizan la extrema pobreza; han llamado a las instituciones públicas y privadas para que, conjuntamente, encuentren remedios para quienes sufren por carencia de alimentos, buenas condiciones de salud y sufren por los sistemas de educación que son deficientes (ED 7-5-18).
En homilía del pasado domingo, la referencia ha sido a la mala administración de justicia, un hecho que complota contra la moral, la vida, los intereses y las esperanzas de la población porque, dicen los obispos, “con una Justicia corrupta y servil es imposible crear condiciones de paz”. Señalan: “No puede ni podrá haber reconciliación ni paz hasta que no se restablezca una Justicia libre, independiente, imparcial y transparente en el respeto de las personas, de su dignidad y sus derechos. Es una tarea que exige valentía y esfuerzos sinceros. Jesús nos ofrece una ayuda con la palabra firme y orientadora del amor que abre horizontes de esperanza en particular a las víctimas de la injusticia”.
Desde hace muchos años -décadas, quizás-, la administración de justicia en el país adolece de grandes y graves falencias, sea por incapacidad, ausencia de virtudes y valores de jueces y fiscales, mala y hasta totalmente desorganizada administración del Poder Judicial, que ha sido aprovechada por quienes son partícipes de “reemplazar virtudes y valores con acciones basadas en la corrupción”. Así, y con raras excepciones, el Poder Judicial ha sido mal administrado, convertido en botín político-partidista, con incapacidad y carente de conciencia, integrado por muchos abogados que, forzosamente, contagiaron los malos procedimientos a personal subalterno que puso en práctica el dicho “dejar hacer y dejar pasar” porque todo se impregnó con conductas corruptas y serviles ante quienes poseen poder.
La Iglesia, consciente de su deber apostólico de velar por el bienestar del ser humano, nunca ha transigido con la corrupción y la carencia de valores y principios, pese a que algunos de sus componentes han incurrido en graves delitos contra la moral, los derechos, la verdad, la justicia y el sentido y vocación de apostolado y servicio que debieron cumplir. Para la Conferencia Episcopal, cuidar que la Justicia no sea servil y menos esté inmersa en la corrupción, ha sido preocupación permanente; pero haciendo hincapié en que si se quiere que hayan condiciones de paz, tranquilidad y armonía entre todos, se debe desterrar todas las alteraciones del bien y un retomar de la verdad, la honestidad y responsabilidad en quienes administren la Justicia.
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