El reciente levantamiento del pueblo de Nicaragua contra el gobierno de Daniel Ortega es otro caso de la desintegración del fracasado experimento populista en América Latina, del sueño imaginado por políticos acostumbrados a utopías, arriesgando la vida de poblaciones indefensas, víctimas de engaños y mentiras de demagogos de plazuela.
La nación nicaragüense gozaba hasta hace algunos años de una vida normal, aunque con dificultades típicas de países del tercer mundo. Con la creencia de que esa situación podría ser superada, fue víctima de un brote guerrillero financiado por países comunistas, aunque, finalmente, tuvo que reconocer que la realidad no le favorecía y depuso las armas para dar paso a la vida democrática.
Sin embargo, ese intento fue en un momento de descuido e ingenuidad, por un rebrote populista, vinculado al Foro de San Pablo (Brasil) que, en forma paralela, preparó un plan para tomar el poder a nivel continental, el mismo que encontró condiciones favorables y prosperó con participación de supuestos políticos nativos que aseguraban que iban a construir el socialismo del Siglo XXI, sobrepasando la etapa de desarrollo capitalista y sobre los restos de organismos comunitarios en desaparición.
El intento, sin embargo, entró en descomposición, por ir contra la corriente de la historia y produjo, a título de izquierda, corrupción, pobreza, prorroguismo, nepotismo, etc., con visibles ingredientes de racismo y discriminación. Semejante política cayó en un fracaso sostenido. Así, ¡la medicina fue peor que la enfermedad!
Naturalmente, el pueblo de esa nación caribeña, después de soportar vejámenes, privación de libertades democráticas, censura de prensa, controles a la vida diaria, represión de fuerzas militares y policiales y otros, se vio obligado a rebelarse para hacer respetar los derechos humanos que se les estaba arrebatando con ofertas populistas. Todo un pueblo se insurreccionó a costa de decenas de muertos y centenares de heridos y desaparecidos, aunque sin poder aún llegar a recuperar sus libertades,
Empero, la rebelión nicaragüense es otro ejemplo de la desintegración del experimento populista a lo largo y ancho del continente, lo que ha adquirido el nivel de conciencia general, arrastrando tras de sí inclusive a grandes naciones que estaban siendo conducidas al abismo por aventureros de corte ideológico burocrático. El populismo en América Latina está terminando su eventual ciclo de vida, porque esa supuesta “ideología” socialista no tiene pies ni cabeza, carece de objetivo histórico, sobrevive a la deriva y solo sirve para gozar de las delicias del poder y encubrir errores políticos y económicos de sus precarios gobernantes, como los de Nicaragua y Venezuela, fracasos que están siendo rectificados por otras naciones.
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