Carina Dunn
“Con la maternidad, la vida cobra verdadero sentido”; “El día que seas madre, vas a ver las cosas desde una perspectiva más realista”; “Todo queda chico al lado de ser mamá; no hay experiencia más maravillosa en la vida”; “Cuando seas madre, vas a entender”; “Con los hijos, descubres qué es lo que verdaderamente importa”; “¿Por qué no fuiste madre?”; “Ah, ¿no tienes hijos? Eres como mi hija, que tampoco quiso”.
A lo largo de mi vida joven y adulta, escuché estas frases una y mil veces, en todas sus variantes. En el pasado, iban por el lado de los “ya vas a entender cuando te toque”. Y, de a poco, acompañadas de miradas extrañas o apenadas, las frases viraron hacia los “pero, ¿por qué no tienes?”
Muchos ya conocen la respuesta: sí, siempre quise tener hijos, pero soy una idealista incansable. Nunca los quise por el solo hecho de ser mamá a toda costa, sin que importen las consecuencias; mi anhelo, desde siempre, fue que un hijo mío llegue al mundo con una madre y un padre presentes; que su existencia, en un universo complejo de por sí, sea el resultado del amor. Y en el pasado, no tuve esa suerte con el amor. Simple. Esto fue lo que, hace un tiempo ya, me llevó a tomar la decisión de congelar óvulos; lo hice para ganarle al reloj y dejar la posibilidad abierta en el caso de que volviera a formar pareja.
IMCOMPRENSIÓN DE LA PAREJA
Una gran amiga de la vida estuvo 15 años luchando con su pareja para ser padres. Después de miles de tratamientos y charlas sobre el no deseo de él de adoptar, un día ese hombre se fue de la casa dejando una simple nota y una incomprensión absoluta atrás.
Otra muy buena amiga, conoció al amor de su vida a los 35. Juntos, disfrutaron de conocerse y amarse. El día en el que quisieron tener hijos, descubrieron que no podían y se les vino el mundo abajo: “No entiendo nada, estoy muy mal”, recuerdo que me dijo apenas audible y entre lágrimas. Después de algunos tratamientos fallidos y con más de 40, ya estaban cansados; tuvieron charlas profundas, días buenos y días malos, hasta que finalmente decidieron que iban a compartir la vida de a dos, alentarse a trabajar por todos sus otros sueños y salir juntos a recorrer el mundo de la mano, hasta llegar a viejitos.
LAS QUE DECIDIERON QUE NO
Y también tengo amigas que sencillamente no tienen ganas y está perfecto. Sí, las razones y los bemoles pueden ser miles y pertenecen al mundo biológico, al mundo emocional; y pertenecen al mundo privado. Las preguntas, prejuicios y suposiciones superficiales, pueden herir mucho y son un verdadero fastidio. Ni más ni menos.
Sin embargo, más allá de los motivos por los cuales una mujer no esté cumpliendo con ese supuesto mandato social de ser madre, ante las preguntas de terceros, mis re preguntas internas muchas veces fueron otras:
Entonces, ¿si no soy madre nunca voy entender el sentido de la vida? ¿Sin la experiencia de haber tenido un hijo, mi visión de las cosas nunca será del todo certera? ¿Si no soy mamá, entonces me pierdo de lo único verdaderamente maravilloso de la vida? Si recién siendo madre voy a entender qué es lo que realmente importa, ¿qué pasa si no llegan los hijos? ¿Vivo a medias? ¿Estaré condenada a ser una persona que en el fondo nunca entiende lo que es verdaderamente trascendental?
Pareciera que estamos en un mundo más abierto, menos prejuicioso y más cuidadoso a la hora de emitir opiniones acerca de la maternidad y, sin embargo, en los últimos meses me han dicho también cosas como: “No tengo tiempo. Es que ahora que soy madre, me doy cuenta de lo que en serio es no tener tiempo” o “Con la maternidad me di cuenta de lo que es estar cansada de verdad.” Y claro, ahora, a esa persona, me da un poco de vergüenza decirle que estoy agotada. Es como si hubiera perdido mi derecho.
Pero si me pasa, si estoy cansada, decidí que lo voy a manifestar igual, no me voy a callar. Porque aun sin hijos, soy humana; porque estoy en una cruzada intensa por alcanzar mis sueños y, en mi proceso, en mi realidad que no es menos real que la de cualquier otro ser humano, a veces no doy más.
Estas son sólo algunas reflexiones que escribo este día, al recordar que el domingo es el Día de la Madre, acerca de una realidad que a muchas mujeres nos sensibiliza. Tratemos de practicar la empatía entre nosotras, seamos más cuidadosas, dejemos de lado los prejuicios y trabajemos por protegernos más las unas a las otras. Atrás de cada mujer, hay una historia de vida única y sólo unos pocos tienen acceso a ella. Tratemos de ser más comprensivas y reflexivas a la hora de hablar. Son nuestras cualidades maternales por excelencia, las que tenemos por instinto, más allá de si somos madres o no. No las abandonemos, no nos desdibujemos.
Porque, más allá de los comentarios prejuiciosos que recibí a lo largo de mi vida, yo me quedo con lo maravilloso de las mujeres. Me quedo por ejemplo con mi mamá, mis hermanas, mis amigas - todas ella madres- que jamás le insinuarían a nadie que su vida es menos real por no tener hijos. Y pienso en lo afortunada que soy por todos esos abrazos, por las piruetas locas y la risa infinita que me regala mi sobrina cuando me ve atravesar la puerta. Las confesiones que me hace Cata, la hija de mi amiga Sabri, al oído, tan cómplice. El olor del cuerpecito de mi sobrina de Nueva Zelanda, que a pesar del tiempo transcurrido sin vernos, cuando estuve allí me reconocía, me quería. Incondicional.
Y pienso en las hijitas de mi amor, Diego, que cuando no estoy, preguntan por mí; que cuando llego, me están esperando exaltadas y mimosas, para bailar, para cocinar, para jugar a que nos vamos a un mundo que inventamos que se llama “Lunacia”, y para narrar y escuchar cuentos improvisados de las buenas noches.
Más allá del pasado, más allá de lo que me depare el futuro, mi presente es este y está colmado de sentimientos maravillosos y sensaciones que le dan sentido a toda una vida, pase lo que pase. Mi tiempo es hoy, y con sus momentos de penas, de esfuerzos, de alegrías, de rabias, de impotencias, de abrazos inolvidables y de búsquedas incansables, lo siento muy real. Siento que vale la pena.
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