El 27 de mayo es día consagrado a honrar y amar a las madres; un día que es la síntesis de todo lo que debe ocurrir todos los días de la vida porque la madre es ser maravilloso que es vida, amor y coraje demostrados desde el primer día de concebir a un hijo en sus entrañas; es ser que a través de su vida hace práctica de amor, entrega y generosidad a sus seres queridos. Madre es mujer que, por la inmensidad de sentimientos nobles que alberga en su corazón, se hace acreedora a ser una parte de Dios porque es portadora de parte de la misericordia y grandeza del Creador.
La Madre es honrada y venerada en días especiales consagrados a ella en todos los países porque toda la humanidad reconoce que no hay ser más perfecto, más valiente y necesario para todo ser humano puesto que es portadora de lo mejor que ha creado Dios y que bendice permanentemente porque nadie puede reemplazarlo en ser dador de vida y amor. Muchas veces se ha sostenido que no puede haber comunidad que no honre al ser portador de la vida y que, a su vez, inflama virtudes en las almas de los seres que son vida y esperanzas en el diario existir de la humanidad.
La Madre es, como mujer, el símbolo del sacrificio, de la entrega y expresión de vida; ella no mide los horizontes del bien que propaga y brinda a quienes conforman su entorno como son esposo, hijos, nietos, bisnietos, hermanos, conjuntamente familiares. Ella, es, pues, como hija, hermana, esposa y madre la guía y el sostén de una familia porque con su amor y dedicación da sentido y valor a lo que es el hogar.
Lamentablemente, hay hombres que no saben respetar ni amar a las madres porque se ensañan contra las mujeres y, muchas veces, contra las que dicen amar. Esos hombres, cobardes y sin virtudes, no saben de amor y menos de respeto y consideración por la mujer; están muy lejos de la madre que les dio vida y querría para ellos que retomen los caminos de vida sana y honrada con quienes los rodean.
Honrar los sentimientos que se siente por la madre es adorar y amar a Dios, es mostrar que Jesús, con Su vida, pasión, muerte y resurrección dio las lecciones más sublimes con la entrega de Su madre a la humanidad para que sea considerada Madre de todos y, con ella, honrar y venerar a la propia madre, bendecirla, respetarla en todo instante de la vida.
Felices y honrados de vivir son quienes poseen aún a su madre, la tienen como guía y caudal de amor, de sano consejo y apertura de rutas hacia el bien desechando todo lo que hiere y disminuye. Dichosos quienes la tienen viva; deben honrarla en todo instante porque al amarla y venerarla viven las glorias del Paraíso destinado por Dios para sus hijos que en esta vida esperan unirse a la madre que se fue.
Y, hoy y siempre, benditas las hijas que hacen suya la misión y vocación de madres, al honrar y amar a sus padres que cuidan, dirigen, aman, consuelan, veneran y hacen apostolado a su servicio con generosidad y ternura; para ellas, hijas benditas, gracias por siempre y que nunca les falten las bendiciones de Dios.
Quienes perdimos a nuestra madre, aún vivimos sus caricias, su entrega y su amor, los años transcurridos de haberla perdido es tiempo de la esperanza de llegar a un mañana en que podamos unirnos a ella; entretanto, su espíritu nos acompaña y guía, nos conforta y permite que sigamos los caminos que ella trazó y que hoy, como siempre lo hizo en vida, ya en el Cielo ruega a Dios por quienes dejó con la seguridad de que insufló caudales de amor para los seres queridos.
Hoy, como todos los días, bendecimos a las Madres y las honramos con el corazón y el espíritu plenos de cariño. Que Dios las bendiga en el Cielo como lo hizo mientras estuvo con nosotros y nos queda la certeza de que contamos con ella y seguimos riendo y llorando en su regazo que siempre será sagrado.
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