El amor de madre es un sentimiento sublime e incomparable. La amamos con entrañable respeto y admiración, la adoramos no sólo por habernos concedido la vida o por habernos traído a este mundo de lágrimas, sino porque desde que nacimos hemos sido protegidos entre sus brazos y alimentados por su leche materna. Nuestro reconocimiento debe ser eterno por habernos enseñado con ternura y paciencia a gatear, a dar los primeros pasos, siempre agarrados de sus fuertes manos y balbucir con dulzura la primera hermosa palabra universal: MAMÁ.
Es inconfundible como abnegada mujer, gran compañera, verdadera amiga, siempre predispuesta a conducirnos por el sendero del bien a través de sanos consejos, con ejemplos de ética y moral, normas de conducta y educación. Como pilar de la familia es jefa del hogar, inquieta en menesteres de la casa, porque es sostén del núcleo familiar. Su labor comienza desde tempranas horas de la mañana con ritmo sostenido. Qué cosas agradables y sacrificadas hace la incansable y buena madre para complacer a toda la familia. Está siempre pendiente del cuidado de cada uno de nosotros con sus manifestaciones de cariño y ternura. Muchas veces advertimos en su persona preocupación, congoja, sufrimiento espiritual y moral, desvelos, rogativas a Dios, cuando nos encontramos delicados de salud, decaídos y tristes por causa de desavenencias conyugales, dificultades en oficinas o talleres, y lo más grave, por falta de fuentes de trabajo, que ocasiona desesperación por no poder llevar el pan diario al hogar, y otros problemas de la lucha por la vida diaria.
Por ello y mucho más, con humildad, agradecemos de corazón las virtudes humanas al ser dador de vida, sublime y noble de la humanidad: la buena madre. La mujer es el más sublime de los ideales. Dios hizo para el hombre un trono, para la mujer un altar. El trono exalta, el altar santifica. La madre ya abuela, con la vejez y las canas, postrada en un sillón, doblegada por el tiempo pide a Dios alivie sus dolencias, le otorgue conformidad y resignación para no ser pesada carga para sus hijos que se preocupan por ella, que en sus oraciones pide al Señor se la recoja. Oremos también por las madres que se fueron al cielo. “El orgullo de las jóvenes está en su fuerza, la honra de las ancianas, en sus canas”.
¡Felicidades, queridas mamás! Esta fecha clásica, página épica de nuestra historia, se estableció por primera vez en los Estados Unidos, en un día del mes de mayo por iniciativa de una maestra de escuela. Haciéndose eco de ello, en Bolivia se instituyó en el gobierno de Hernando Siles el 8 de noviembre de 1927, Día de la Madre y con preponderancia el 27 de mayo de 1928. Una parte de esta costumbre se origina en la rememoración del valor demostrado por las mujeres cochabambinas en la batalla de la Coronilla de San Sebastián el 27 de mayo de 1812.
Si no se puede medir su cariño, si derraman lágrimas sus ojos, si por ti lucha y sufre, esa es tu madre. ¡Póstrate de hinojos! Existen madres que merecen todo respeto y gratitud, pero hay también aquellas malas madres que no merecen ni el perdón de Dios.
Ref: Libro “Calendario Cívico Boliviano”, de Floren Sanabria G.
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