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Ha pasado más de un mes desde que los socios mayores de Unasur decidieron alejarse del organismo sudamericano y dejaron al canciller boliviano plantado a la cabeza de un organismo que, de momento, quedó sin extremidades. La flamante presidencia boliviana hizo saber que convocaría a una cumbre sobre la organización, pero se desconoce si la cita ha sido convocada ni su eventual fecha, mucho menos si habría asistentes más allá del anfitrión. Todo parece indicar que la moderna sede del organismo en Quito, inaugurada hace tres años (43,5 millones de dólares), no estará de gala por mucho tiempo, al igual que el complejo legislativo de San Benito (65 millones de dólares, a 30 kilómetros de Cochabamba), aún sin estrenarse y cuyo futuro está amarrado al destino de la entidad que deberá alojar.
Las obras son víctimas de la pugna ideológica que se acentuó en el continente al fragor del ímpetu dominante, ahora en el ocaso, de la izquierda del Siglo XXI, en agonía con los estertores de Venezuela. Lucen como expresiones de un sueño defraudado que debió ser la Unidad Sudamericana, como tienen los centroamericanos, caribeños y europeos en sus propias regiones. La agonía del régimen venezolano muestra el camino que pueden seguir sus socios remanentes en la región. Nicaragua luce acorralada ante la ofensiva de gran parte de la sociedad nicaragüense que reclama un retorno a los postulados democráticos que emergieron tras el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza, hace cuatro décadas.
Con la decisión de la Iglesia Católica de apartarse del diálogo que había promovido en busca de reencaminar al país, las perspectivas de una solución no violenta para las tensiones nicaragüenses son cada día más débiles. Es interesante notar que la zozobra del régimen de Daniel Ortega se volvió manifiesta en cuanto dejó de beneficiarse de los subsidios al petróleo que brindaba Venezuela, ahora con su propia economía a pique, su producción petrolera en niveles de hace 60 años y cientos de miles de venezolanos en un exilio forzado por las penurias económicas. Es una lección gigante sobre las tragedias que pueden sobrevenir con una administración dispendiosa e incapaz. Para Bolivia es una advertencia del peligro de persistir en mantenerse en el gobierno contrariando reglas y, peor, contracorriente de la decisión del referéndum del 21 de febrero que trancó las re-re-re elecciones.
Bolivia, Cuba y Nicaragua han sido los únicos países en saludar la continuidad de Nicolás Maduro. En una declaración cuidadosa en extremo, Ecuador solo reconoció que la reelección de Maduro ocurrió en una jornada pacífica y lamentó las dificultades que dejaron a casi toda la oposición fuera del acto electoral. El resto del hemisferio mantiene su rechazo al régimen, mientras Estados Unidos anuncia nuevas sanciones a funcionarios y empresas de Venezuela. Uno estaría ciego si no percibiera que los tiempos del régimen del Socialismo Siglo XXI han llegado a un final cuyos detalles son impredecibles.
En este panorama, hablar de Unasur es casi un despropósito. Las obras en Quito y San Benito son impertinentes y muestran un esplendor que nunca se dio, pero cuyos costos ahora serán cubiertos solo por los socios empeñados en mantener el barco a flote.
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