La espada en la palabra
El concepto de liberalismo quizá sea el que más variaciones ha sufrido a lo largo de la historia. Estas variaciones estuvieron vinculadas unas veces a la práctica y otras a la teoría. Hoy, en varias partes del mundo en que dominan las ideas vanguardistas y en colectivos progresistas, esa palabra tiene un sentido aberrante y odioso. Esto sucede porque el liberalismo abarca un concepto tan grande, que unos sentidos -vinculados a la economía- están relacionados con la opresión y otros -vinculados a la conquista progresiva de derechos- con la liberación del ser humano.
Esta palabra tiene componentes políticos (como la descentralización del poder), sociales (como la legislación a favor de los colectivos relegados) y económicos (como el permiso absoluto para la expansión del mercado). Por consecuencia puede haber, v.gr., una persona de ideas izquierdistas que abrigue al mismo tiempo ideas liberales en lo social, como la inclusión de los colectivos relegados y la eliminación de los estratos sociales, y puede haber, por otra parte, una persona de ideas conservadoras o reaccionarias que sea un liberal en el sentido económico, pues justamente su pensamiento librecambista le hace tener ideas relacionadas con la élite social, la superioridad de algunas clases económicas y la sacralización de una estructura de derecha.
El liberalismo, nacido de la práctica del comercio, en realidad no es más que libertad, y partiendo de esa premisa, no debe entrañar nada negativo en tanto esa libertad no vaya en detrimento de una soberanía ajena. Pero, bien; el liberalismo es amplio y diverso como ideología y debiera ser plural e inclusivo como práctica, pero también puede llegar a dogmatizarse y hacerse una ortodoxia, y cuando ocurre esto, termina –paradójicamente- despojándose de su cualidad primitiva y contradiciendo su objetivo, es decir, que termina negando la libertad misma. Un ejemplo es cuando la liberalización del mercado de capitales se hace un imperativo y luego un dogma, expandiendo la brecha entre ricos y pobres y desconociendo los derechos de participación ciudadana.
Ese concepto amplísimo se corre en la historia de Bolivia como un líquido difícil de destilar. Hay, por ejemplo, una primera etapa liberal, que es la de la independencia, en la que el liberalismo es más político y no tanto social ni económico. Hay una segunda etapa, que va desde los conservadores hasta la caída de Gutiérrez Guerra en 1920, que es más económica y nada social (el darwinismo social elimina la posibilidad de cualquier adjetivación de liberal). Y una tercera etapa, que es la del DS 21.060, que es eminentemente económica, luego política y por último social, pero que es evidentemente (se explica por el tiempo universal en que ocurrió) el mayor liberalismo que se ha vivido hasta la fecha.
Al hablar de liberalismo, se debe analizar esta ideología teniendo siempre en cuenta los escenarios y contextos en los que se puso en práctica, ya que la esencia no debe haber variado substancialmente. El liberalismo del Siglo XIX en Gran Bretaña es muy diferente del que se vive desde la segunda mitad del XX, por ejemplo. Y el liberalismo conservador (¿contradicción?) de Churchill es muy distinto al de los posmodernistas.
Yo haría un símil con el nacionalismo, aseverando que ambas ideologías son como contenedores que son capaces de recibir los intereses -mezquinos o desinteresados- que los políticos formulan en determinados momentos.
Con todo el liberalismo, con toda su complejidad, o, más bien, con toda su amplitud, debe tener un norte fijo: un Estado de ciudadanos. Ni más ni menos.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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